- ¡Número 19! por favor adelante. - Gritó una bella y
sensual gitana. La adivina solo daba 20 números diarios, todo el barrio
recurría a ella, decían que aquella tarotista veía más allá de sus cartas, se
contaba que ella podía hablar con los muertos, que hacía trabajos de magia
negra, que le había vendido el alma al mismísimo diablo a cambio de ver el
destino de sus clientes en su antiguo tarot gitano; muchas historias se
narraban sobre aquella anciana vidente. De diversos lugares del país; llegaban las
personas buscándola, gente necesitada de ayuda espiritual; Carmen siempre
acertaba en sus predicciones, era realmente una adivina extraordinaria. Samanta
miró su reloj, llevaba horas esperando ser atendida, se encendió un cigarrillo
y pensó en las preguntas que le haría, había ahorrado mucho dinero como para
desperdiciar el tiempo y no hacer las preguntas precisas y concretas,
- ¡Número 20! adelante. - Gritó la mujer,
El lugar ya estaba vacío, Samanta tiró la colilla del
cigarrillo al suelo e ingresó al consultorio. Todo estaba en penumbras, el olor
fuerte del sahumerio le provocó nauseas, observó las extrañas estatuillas que
había a su alrededor, esculturas pequeñas de extrañas hadas con pequeños
cuernos, duendes y demonios; allí en el fondo de la gran habitación, tras una
mesa redonda cubierta con un mantel de terciopelo negro, estaba la adivina
iluminada apenas por la luz de dos velas,
- Tome asiento por favor.- Dijo con su ronca voz,
mientras que fumaba un habano.
Carmen era una mujer de unos setenta años, con grandes
ojos color verde, tenía un lunar rojo en medio de la frente y el cabello tapado
con un pañuelo rojo, su piel era de un aspecto grasiento, sus manos con las
uñas de color rojo estaban despintadas y sucias, si hacía algún movimiento sus
brazos su piel se movía y parecían gelatina. Samanta se sentó mirándola a los
ojos, Carmen la observaba con desconfianza,
- ¿Qué desea saber?- Preguntó la adivina.
- ¡Sorpréndame...! - exclamó la chica.
- Es usted Samanta acaba de salir de una relación
tortuosa, era usted la amante de un doctor y la mujer del mismo la golpeo y
usted señorita se quedó con el deseo de que él dejara a su esposa para así
poder seguir viviendo al pobre tipo, pero él jamás se casaría con usted...Ha
intentado envenenarlo poniendo un liquido en su té pero al pobre hombre solo le
dio calambres y vómitos, ni siquiera supo la medida exacta por la ansiedad e
impaciencia que gobiernan en su vida, ¡Algo más! - Dijo la adivina seriamente,
sin haber echado ni una sola de sus cartas.
- Me dejó usted perpleja señora. - dijo Samanta
- ¿Qué cartas desea?... tarot egipcio, cartas
españolas o mis favoritas el tarot gitano... Puedo leer lo que sea. - Dijo la
adivina enseñándole sus cartas.
- ¡Tarot gitano! - Contestó la chica.
Carmen barajó sus cartas con los ojos cerrados y la
cabeza inclinada, murmuraba palabras en una mezcla de idiomas como si llamara a
los espíritus, el vaso de agua que tenía sobre la mesa se lleno de burbujas, se
notaba realmente concentrada, llevó lentamente las cartas hacía su frente,
susurró unas palabras en algún antiguo dialecto,
- Corte el mazo señorita. - Dijo Carmen con una pequeña y macabra sonrisa, luego las acomodó
formando un abanico y comenzó su lectura;
- Pensó mucho en encontrar a un hombre que la saque de
la miseria en la que se siente, leeré tu pasado y luego tú futuro, bueno, mejor
el pasado no, ambas ya lo sabemos, solo hay avaricia y deseos de destrucción en
usted, malas compañías, en fin… El amor llegará esta noche, un excelente y
vigoroso hombre, fiel y sensible, su nombre es Dionisio, en poco tiempo
recibirá una importante herencia que lo volverá millonario…Contraerás
casamiento con él por conveniencia pero jamás podrás amarlo, es una pena ya que
hay pocos hombres tan enamorados, tan sensibles y buenos; tendrán un hijo,
fruto de tu esfuerzo, el niño no crecerá contigo; una mañana este gran y
maravilloso hombre se convertirá en tu ángel guardián... Recuerda bien su
nombre o lo dejaras pasar, él te dará las riquezas que buscas.- dijo Carmen
- Muchas gracias... hasta nunca. - Dijo Samanta echándole el
dinero en la mesa.
La adivina tomó el dinero y lo puso en sus grandes
pechos, luego juntando las cartas comenzó a reír como loca.
Samanta trabajaba en un pequeño bar de mala muerte,
donde servía sin parar a los hombres que iban a jugar al pool, la paga era muy
poca para estar toda la noche, siendo acosada por cuanto idiota se
emborrachara. Conversaba con su compañera sobre la adivina cuando su jefe se
acercó a ella,
- Ves ese
hombre de la mesa nueve, quiere ser atendido por ti. - Le dijo. Samanta lo
miró, era un hombre calvo mayor y obeso, Samanta fue a servirlo,
- ¿Qué va a tomar señor?- Preguntó.
- Lo que sea, no sé, fue una excusa para verla de
cerca... sabe algo señorita, siempre vengo aquí, la veo atender, se cuando esta
feliz, cuando esta triste, o, cuando esta cansada de este trabajo que tiene. -
Dijo el hombre perdido en sus ojos.
- No tengo tiempo para perder.- Dijo ella tajante.
- Que modales los míos, para que no tema por mi
horrible apariencia me presento ante usted, mi nombre es Dionisio. - Dijo
poniéndose de pie.
- ¡Lo siento!.. Soy un poco desconfiada, un gusto
conocerlo. – Dijo ella al oír su nombre.
- Sé que usted es joven, cuantos años tiene. -
Preguntó él
- Veintiséis años. - Contestó ella.
- Yo tengo cincuenta, los cumplí ayer. - Dijo Dionisio
sonrojado.
- ¡Feliz cumpleaños!- dijo ella acercando sus labios
muy cerca de los suyos para besarlo, aunque sintió asco, aquel era el
hombre que predijo la adivina, el futuro
heredero, quien la llenaría de riquezas. Dionisio era un hombre bueno y
generoso, sus atributos eran muchos, de los pocos que quedan en la tierra,
estaba enamorado de Samanta desde hacía mucho tiempo.
A las dos
semanas, felizmente se fueron a vivir juntos a la casa de su madre, pero como
toda suegra odiaba a la novia de su hijo, se daba cuenta de las intenciones
de ella, no era común, ver a una mujer
tan bella con un hombre mayor como su hijo, para colmo Dionisio era realmente
nauseabundo, de pequeño había tenido un virus en las encías y desde entonces su
aliento era terrible. Como único heredero de las empresas de su madre se
convirtió para Samanta en el amor de toda su vida, fingía amarlo, aunque se
decía virgen y el pobre le creía, le decía que llegaría pura al altar para
tenerlo enloquecido con casarse.
La madre de Dionisio todas las tardes tomaba el té con
las amigas, Samanta debía atenderlas como a reinas, después la mujer la basureaba
en frente de las amigas, la anciana quería lograr que la novia de su único hijo
se le cayera la mascara, la levantaba muy temprano para que le hiciera el
desayuno, la obligaba a escuchar periódicamente la misa por la estación
católica de radio, ni que hablar cuando le hacía una novena algún santo.
Samanta ya no podía soportar vivir con aquella mujer que comía santos y cagaba
diablos. Una tarde la ayudaba a bañarse puesto que la anciana ya no podía
hacerlo sola, cuando iba alcanzarle la toalla, cerró la ducha y luego la empujó
con brutalidad, la mujer cayó rompiéndose la nuca con la canilla, dijo que
salió de compras y que la anciana porfiada intentó bañarse sola, Dionisio
sufrió como loco por la perdida de su madre, pero se convirtió en dueño de
todos sus bienes.
A los pocos meses contrajeron matrimonio, Samanta mando
hacer un carísimo vestido de novia, e hicieron una fiesta impresionante con más
de trescientos invitados, después la luna de miel, donde Samanta debió pagar
con sudor y lágrimas aquella boda de ensueños. En la noche de bodas bebió hasta
emborracharse para evitar hacer el amor con él, pero luego en la luna de miel
tuvo que hacer el gran esfuerzo; su marido la esperaba acostado entre rasos,
ella en el baño encerrada no sabía como lo lograría, salió y entró del baño
varias veces,
- Ven mi amor, sé que es tu primera vez, voy a
tratarte con delicadeza, te confieso algo, ¡También es mi primera vez!- Dijo
Dionisio hacía la puerta del baño. Samanta salió, lo miró, estaba tembloroso,
todo su cuerpo se movía, se sentó en la cama junto a él,
- ¿En verdad es tu primera vez?- Le preguntó
- ¡Sí mi amor!- Exclamó él con vergüenza.
Entonces ella
besó su cuello grasiento y traspirado, se contuvo la respiración, cuando él la
besó, aquel aliento espantoso por poco no la tumba, unas lágrimas cayeron sin
desearlo, fue tan rápido todo para él y tan eterno para ella, que apenas si
logró dormir mientras que Dionisio dormía como ángel.
A los nueve
meses nació el pequeño Dionisio, primer hijo del matrimonio, Samanta había
aumentado como treinta kilos, estuvo durante días en trabajo de parto puesto
que el niño peso siete kilos, salió en casi todos los periódicos como el súper
bebe. Ella se convirtió en una fanática de la figura, el embarazo le ocasionó
estrías y flacidez, Samanta ya estaba cansada de su familia. Recordaba cada
mañana las palabras de la adivina, él tenía que morir y a su hijo lo mandaría al internado, ya no soportaba más,
asqueada fue nuevamente a ver a Carmen, esperó horas con su hijo ya de un año
para sacar número, la adivina no había querido ir a su casa, no lo aceptó ni
por la gran cantidad de dinero que ella
le ofreció.
Entró al consultorio enfurecida dejando al niño en el
piso, se sentó, la adivina barajo sus cartas, Samanta le sostuvo con fuerzas
las manos,
- Usted dijo que él moriría, que sería un ángel. -
Gritó. Carmen se sonrió irónicamente.
- No es mi culpa que te hallas equivocado de Dionisio,
te dije que eras ansiosa e impaciente varias veces, el hombre que yo vi en las
cartas no era el que tu elegiste, te
dije que te fijaras bien, el otro cobraría una herencia millonaria, pero de un tío, al año moriría, tu Dionisio
solo heredo fábricas en quiebra, ya llevas cuanto con el dos o tres años, te
equivocaste de hombre - Dijo Carmen y comenzó a reír. Samanta tomó del piso al
hijo y se marchó.
A los dos
meses, mientras se daba una ducha, pensaba en como asesinar a su esposo, lo
había intentado con veneno en la comida, pero Dionisio solo tuvo cólicos
intestinales, después provocó un accidente mientras conducía, prefería morir
ella también pero él salió ileso y ella obtuvo un corte en el brazo. Salió del
baño, lo observaba dormir con un gesto de locura dibujado en su bello y joven
rostro, llegaban a su mente cientos de
maneras de matarlo, pero no deseaba terminar en la cárcel, hasta que él abrió
los ojos,
- Ven a la cama, te deseo, hace mucho que no
hacemos el amor. – Dijo Dionisio.
- ¡Sí!.. Enseguida regreso.- Contestó con los ojos
duros y fuera de si.
Fue a la cocina, tomó el palo de amasar, subió las
escaleras con los ojos desorientados, dejándose llevar por la ira y la locura,
Dionisio estaba de bruces, ella comenzó a golpearlo como desquiciada en
la cabeza, la sangre saltaba mojándola mientras que gritaba,
- Muérete hijo de puta...-
Luego de golpearlo hasta cansarse, lo miró por un rato,
puso su mano cerca de su nariz ensangrentada para sentir si aún respiraba,
Dionisio respira levemente, entonces ella tomó del cajón de la mesa de luz una
vieja pistola que su marido guardaba por miedo a los ladrones, le dio dos tiros
en la cabeza, y continuo golpeándolo varias veces más con el palo de amasar,
Dionisio pereció al fin. No conforme con esto Samanta caminó con sus pies
bañados con la sangre de su esposo hasta la alcoba de su niño, quien dormía sin
haber oído nada, ella le colocó una almohada en sobre el rostro y lo asfixio; como
si nada hubiera ocurrido se dirigió al baño donde se dio una ducha, pensó en
que no era suficiente haber asesinado a su familia mientras que el agua caía
sobre su cuerpo y la sangre se iba por la rejilla, al salir puso la pistola en
su cartera y se marchó bajo la tormenta.
Golpeo la puerta de la casa de la adivina varias
veces, hasta que la joven gitana acudió semidormida, Samanta le dio un tiro en
la cabeza apenas esta abrió la puerta, caminó con pasos firmes por la casa en
penumbras, Carmen la esperaba sentada en un viejo sofá, fumando su habano
cubano, Samanta no la encontraba en la
oscuridad, hasta que la adivina le exclamó,
- Aquí estoy niña.-
Samanta entonces vacío el arma disparando en la oscuridad, podía escucharse las
largas carcajadas de la anciana gitana en la oscuridad mientras las luces de
los tiros relampagueaban en la sala, de repente todo fue silencio y oscuridad.
La adivina no recibió ni una
sola bala sobre su cuerpo, en cambio uno de los disparos rebotó sobre un viejo
candelabro de hierro dándole justo en la cabeza a la joven viuda Samanta, esto
fue lo que dio como resultado el reporte policíaco.
Me gustó.
ResponderEliminarGracias!!
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