Los locos
Addams es el nombre de una de las series más celebradas por parte de varias generaciones
de espectadores y también de algunas comedias que corrieron dispar suerte en
cuanto a recepción y calidad en el mundo del séptimo arte.
Pero esta familia
"tan normal", que vivía en una mansión tenebrosa, con una
estética gótica y cuyos personajes centrales parecían escapados de cuentos de
terror, tuvieron en su creador a un hombre talentoso, que los imaginó muy
cercanos a como los vimos en la serie (1964-1966) y cuya estética rescata el
filme animado que este jueves se estrena en la cartelera de cine de
Mendoza, bajo la dirección de Greg Tiernan y Conrad Vernon.Su creador, Charles
Samuel Addams nació en Wesfield (News Jersey) en 1912 y creció en una casa
de tres pisos de estilo victoriano, con antigüedades y armaduras a su alrededor
que, indudablemente, fueron parte de la inspiración para crear al menos el
hogar de sus famosos personajes. No era un niño como los demás: en lugar
de pasear por el parque, prefería hacerlo por el cementerio de la ciudad.
Charles
Addams dibujó las viñetas de la familia macabra en la revista “The New
Yorker”. Con fama de seductor, se casó tres veces y su segunda esposa se quedó
con los derechos de sus criaturas. Desde siempre había tenido clara su vocación
de dibujante y después de graduarse en la Grand Central School of Art de Nueva
York, consiguió trabajo en la revista The New Yorker, donde en 1938
publicaría la primera viñeta sobre la familia Addams, se dice que en
colaboración con su amigo Ray Bradbury, el famosísimo escritor de ciencia
ficción para quien luego ilustró varios de sus libros.
Lo cierto
que Bradbury siguió su propio camino y la familia Addams fue creciendo en
popularidad a lo largo de los años. Los lectores de la revista semana a
semana seguían con interés creciente las aventuras de esta familia que vivía a
contramano de la sociedad. La clave de su éxito era que el autor mezclaba lo
mórbido y el humor negro con personajes de apariencia siniestra, pero que entre
sí respetaban sus lazos familiares y se desenvolvían en el mundo real, que no
los entendía y al cual ellos no podían desentrañar tampoco.
Para acrecentar
los rumores, se dice que Charles Addams se basó en la apariencia de su
primera esposa para crear el personaje de Morticia, porque era parecida a ella,
aunque cuando decidió casarse por segunda vez escogió a una “Morticia” aún más
parecida a su creación, que en la vida real y tras el divorcio, terminó
estafándolo con los derechos televisivos y cinematográficos de Los locos
Addams. Una verdadera “vampiresa”.
Charles Addams era
historietista. Desde chico supo que quería serlo. Sus padres lo apoyaron. Poco
después de cumplir veinte años, en 1932, logró publicar una de sus viñetas en
el prestigioso semanario New Yorker, el sueño de cualquiera que se
dedicara a lo suyo. Pasaron otros seis años hasta que logró ubicar su siguiente
dibujo en esa revista. Ya firmaba como Chas Addams. A partir de ese momento el
dibujante se convirtió en un asiduo colaborador. Su trabajo cada vez se hizo
más conocido.
Addams hizo sus
primeras publicaciones en una revista estudiantil, y luego estudió bellas artes
en tres universidades. En 1932 publicó una viñeta en The New Yorker, pero
pasaron cinco años hasta que logró un trabajo estable en ese medio. En 1938 vio
la luz La familia Addams: al estilo de la revista, los chistes consistían en un
dibujo con un epígrafe ingenioso que completaba el sentido. Siempre cultivaban
el humor negro y los firmaba “Chas Addams”.
Caballeroso y
seductor, Charles tenía fama de Don Juan. Se lo vinculó a mujeres glamorosas de
su época como Greta Garbo, Joan Fontaine o Jackie Kennedy, con quienes se
mostró en reuniones sociales. Como fuera, en 1942 se casó con Barbara Jean Day,
que supuestamente se parecía a Morticia. La pareja terminó a los ocho años,
porque al dibujante no le gustaban los niños y se negaba a tener hijos, aun adoptivos.
Los Addams eran
una sátira por oposición de la familia estadounidense ideal. Un clan
aristocrático que disfrutaba de lo macabro, indiferente a lo que el resto del
mundo pensara de él y sin notar que lo encontraban siniestro. Su conducta,
siempre formal y un tanto inocente, contrastaba con su apariencia malvada y sus
excentricidades.
Llegaron el prestigio y el dinero. Varias décadas después, a principios de los años sesenta, un productor televisivo, David Levy, le propuso convertir algunos de los personajes que él dibujaba en una serie televisiva. Esos personajes tenebrosos y alegres, macabros y divertidos, habían aparecido en apenas una veintena de viñetas que seguían el claro estilo del New Yorker: un solo cuadro, protagonistas plantados en una situación y debajo, al pie del dibujo, una línea de diálogo con el remate. La gracia (palabra adecuada si hablamos de un cartoon, de un chiste gráfico) radicaba en que con esos elementos estándar se entendiera quien hablaba -no hay globos de diálogo- y que provocara risa.
Levy le exigió a Addams, ya un conocido dibujante, que bautizara a esos
personajes, que los relacionara entre sí y que le otorgara a cada uno
características especiales. Todo eso no estaba en los
chistes de un solo cuadro, no eran creaciones desarrolladas en un cómic, no
participaban de una historia.
Tal vez la
inspiración para desarrollar ese mundo de alegremente terrorífico la encontró
durante su infancia, en la casa de su abuela materna. La vivienda de la
mujer estaba algo deteriorada y tenía un montacargas. Él disfrutaba
esconderse dentro y subir por allí hasta la habitación de su abuela. Cada
vez que la anciana abría la pequeña escotilla, su nieto la asustaba. Addams
declaró que esa mezcla de familia, risas y terror fue determinante para él.
Lo primero que
hizo Addams para cincelar la adaptación televisiva fue decidir que ellos
integraban una familia y a esa familia, sin esforzarse demasiado, le otorgó su
propio apellido. Debe ser un caso único en la historia en que un autor
bautice a personajes ficcionales con su apellido. A nadie le pareció raro.
La fórmula del
programa es sencilla de resumir pero difícil de llevar adelante. Mezclar
la típica comedia familiar que en esos tiempos reinaba en las pantallas de
Estados Unidos con la historia (o al menos el ambiente) de terror. La gran
habilidad reside en convertir en entrañables a esos personajes tenebrosos.
En cada capítulo
se narraba una historia simple, una excusa para desplegar las excentricidades
de sus protagonistas, para insertar los gags y las escenas de humor
absurdo. Veneno bebido en vasos de trago largo, lamparitas encendidas con la
boca, una mano sin cuerpo con vida propia que provee cualquier cosa en el momento
exacto, plantas carnívoras, un gigante que resulta un delicado pianista, rosas
pero de las que sólo se quedan con el tallo y las espinas, chicos correteando
con felicidad entre tumbas, personajes que se relajan esposados a elementos de
tortura.
Charles
Addams y sus creaciones trasladan el mundo del absurdo, del sinsentido a
una serie. Descubren, y luego se hará tradición en el mundo de los dibujos
animados, que hacer convivir dos universos absolutamente dispares no sólo es
posible, sino que es narrativamente muy redituable. Y todo eso lo hacen en un
ambiente amablemente espectral, gótico, repleto de telarañas, bizarro.
Los personajes con
sus particularidades y extrañamiento constituyen la esencia del programa que
argumentalmente pocas veces salía de la fórmula que establecía la colisión
entre las costumbres extrañas y tenebrosas de esta familia con las del resto de
la población. Los Addams tenían la convicción que no había nada raro en su
estilo de vida. Al final los visitantes o los que ocasionalmente se comunicaban
con ellos se escapaban atemorizados y no regresaban. Los Addams nunca lograban
decodificar estas conductas como una señal de que algo extraño sucedía.
En esa familia el
amor paterno filial y el amor de pareja con fuerte contenido sexual conviven
con el dolor, el sufrimiento, lo mórbido, los venenos, los instrumentos de
tortura. Pero tamizado por una visión naif. Humor negro en una comedia
blanca. Sadismo y terror para principiantes. Un malevolencia inocente,
deliciosa e inocua.
Los personajes
estaban basados vagamente en actores clásicos. El padre en Peter Lorre, la
madre se inspiraba en Gloria Swanson y Largo en Boris Karloff.
Homero (Gomez era
su nombre original) era el padre de familia. Sonrisa ladeada y profundamente
enamorado de su esposa. No podía controlar la atracción que ella ejercía
sobre él; cada vez que ella hablaba en francés, Homero se abalanzaba sobre ella
y besaba su brazo con pasión descontrolada.
El matrimonio
tenía dos hijos. Merlina (Wednesday en la versión original), una chica
oscura, seria y reconcentrada. El chico, Pericles, era un gordito travieso e
ingenuo. Los tíos eran muy particulares. El Tío Lucas interpretado
por Jackie Coogan que había conocido la notoriedad siendo el pequeño
ladero de Charles Chaplin en El pibe. Y el Tío Cosa, una masa de
pelos que se movía y hablaba. También estaba la macabra Abuela y sus
pociones venenosas.
Largo, un gigante
con toques frankestenianos, era el mayordomo. El otro asistente de la casa era
Dedos, una mano con autonomía que resolvía inconvenientes. Charles Addams era
un seductor serial. De joven era parecido al actor Walter Matthau. Elegante,
siempre atildado y de trato caballeroso, conquistó mujeres famosas como Jackie
Kennedy, Greta Garbo y Joan Fontaine. Un mito le atribuye al dibujante las
características de su creación. Durante su vida soportó rumores de que era un
psicótico, que estaba internado en una institución mental. Nada de eso. Era
amable y de una enorme habilidad social.
Se casó tres veces. La primera con Barbara Jean Day . Se
separaron tras ocho años de convivencia. La negativa del dibujante a tener
hijos habría sido el principal detonante. Fue un matrimonio feliz si se
considera lo que Addams vivió después. Ella era increíblemente parecida a
Morticia. Mirada profunda, largo pelo azabache, delgada. Lo
sorprendente es que primero apareció el personaje en los dibujos de Addams y
después conoció en un evento social a la que sería su esposa.
Lo que podría
tratarse de una casualidad deja de serlo en el momento en que se revela que su
segunda esposa, Barbara Barb, también es parecida a Morticia. En este
punto ya se hace evidente que Charles Addams era de esos hombres que siempre
salen con unas mujeres fisonómicamente similares. Algún conocido ha
llegado a confundir a la segunda esposa del dibujante con la primera y al verla
del brazo de Addams y a llamarla con el nombre de la anterior.
Addams no pudo disfrutar plenamente de los frutos del éxito por la disputa
legal con Barb. Pero siguió adelante con su vida y se casó por tercera y última
vez con Marilyn Matthews Miller, más conocida como Tee. Fieles al humor negro,
hicieron la boda en un cementerio de mascotas y en 1985 se mudaron a una
propiedad en el estado de Nueva York a la que bautizaron La Ciénaga. Murió
en 1988, a los 76 años, y allí están enterradas sus cenizas.
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