Las estatuas de la noche
Limitadas por un horizonte lejano, que
desde cierto punto se encuentra muy remoto y parece fundido con la brillantez
azul de un cielo metálico, contrastan el negro esplendor de sus formas
marmóreas con el insuperable resplandor del sol. Construidas en el amanecer de
los tiempos, por una raza cuyas tumbas en forma de torre y ciudades de altas
cúpulas constituyen ahora un solo polvo con el de sus constructores en las
lentas evoluciones del desierto, permanecen en pie para contemplar los
terribles amaneceres postreros, que surgen en otros países, consumiendo los
velos de la noche en las desolaciones infinitas. Al mismo nivel de la luz, sus
ceños temibles conservan el orgullo de los reyes Titánicos. En sus ojos de
mirada pétrea, implacables y sin párpados, se refleja la desesperación de
quienes han contemplado el infinito durante demasiado tiempo.
Mudas como las montañas de cuyo seno
metálico surgieran, sus labios nunca han reconocido la soberanía de los soles
que en llamarada triunfante cabalgan de horizonte a horizonte por la tierra
subyugada. Unicamente al atardecer, cuando el oeste arde como un horno
gigantesco, y las lejanas montañas lanzan chispas doradas a las profundidades
de los cielos caldeados -únicamente al atardecer, cuando el este se hace
infinito e indefinido, y las sombras del desierto se mezclan con la sombra de
la noche hasta formar una sola-, entonces, y sólo entonces, surge de sus
gargantas pétreas una música que se eleva hacia el horizonte cobrizo; es una
música fuerte y triste, extraña y de gran sonoridad, como el canto de las
estrellas negras, o la letanía de dioses que invocan olvido; es una música que
enternece al desierto llegando hasta su corazón de roca, y que retumba en el
granito de tumbas olvidadas, hasta que los últimos ecos de su alegría, cual
trompetas del destino, se unen al negro silencio de lo infinito.
FIN
La desolación de Soom
Se dice que el desierto de Soom se
extiende en un extremo del mundo, de difícil situación geográfica, entre
tierras casi desconocidas y otras inimaginables. Los viajeros le tienen miedo
porque sus arenas desérticas y movedizas no tienen oasis; además, cuenta la
leyenda que allí habitaban horrores indescriptibles. En este sentido, existen
numerosos relatos, cada cual distinto. Algunos dicen que no es ni visible, ni
audible, y otros dicen que se trata de una mera quimera de muchas cabezas,
cuernos y rabos, y una lengua cuyo sonido es semejante al tañido de las
campanas en auditorios abovedados durante algún funeral solemne. Todas las
caravanas y aventureros solitarios que regresaron de Soom contaban relatos
extraños; otros ni pudieron regresar siquiera, y hubo incluso quien se volvió
completamente loco a causa del terror y el vértigo provocados por un espacio
infinito y vacío… En efecto, eran muchos los relatos que existían en torno a un
ser que espiaba furtivamente, o a todo un ejército de mil diablos; se hablaba
de algo que se escondía aguardando detrás de las dunas movedizas, o de algo que
rugía y susurraba desde la arena o desde el viento, o se mueve invisible en un
silencio opresor, o cae desde el aire como un insecto aplastante, o bosteza
abriéndose como un pozo repentinamente ante los pies del viajero.
Pero hace mucho tiempo existió una
pareja de amantes que llegaron al desierto de Soom y cruzaron las estériles
arenas. Desconocían la existencia del mal por aquellos parajes, y como habían
encontrado un acogedor edén en sus respectivos ojos, es posible que no se
dieran cuenta de que atravesaban un desierto. Y entre todos los que se
atrevieron a pisar la temible desolación fueron los únicos que no regresaron
con una nueva historia sobre algo terrible, sobre algún horror que los hubiera
seguido o espiado, algo visible o invisible, audible o inaudible. Para ellos no
hubo ni quimeras de múltiples cabezas, ni pozos bostezantes, ni insectos
monstruosos. Además, nunca pudieron comprender las historias que les relataron
caminantes menos afortunados.
FIN
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