Las
Lamias
A menudo
se la asocia con figuras similares de la cultura griega (Empusa) o hebrea (Lilith).
Demonios
que se encuentran en los desiertos bajo la figura de una
mujer con cabezas de dragones en los pies.
La
lamia habita también en el cementerio, desentierra cadáveres y se los
come, dejando solo los huesos.
En la película “Arrástrame al Infierno” es más bien
espectral o que incluso proyecta la sombra de un macho cabrío. Lo encontramos
en pinturas antiguas usualmente como un monstruo híbrido con pecho y rostro de
doncella y cuerpo de serpiente.
Con los
mitos pasa un poco como con los personajes de los libros, que cada uno se lo
imagina como quiere, así que yo me voy a quedar con la romántica versión de
femme fatale con aspecto de ninfa, olvidando el poco sex appeal de la Lamia de Raimi
Su nombre griego proviene del término Lamyros, que significa
"glotón", lo cual nos anticipa algo de la personalidad de estas
criaturas. La Lamia es una criatura femenina que la podemos
encontrar en diferentes culturas, como en la Vasca , Íbera, Castellana, Búlgara y Hebrea, y siempre
se la define como asusta niños y seductora terrible, este último aspecto, constituye un
antecedente de la vampiresa moderna.
Lamia. El Mito de la Vagina Dentada
Enajenada desde los orígenes del mito, a causa de una injusta venganza
(la divina Hera, celosa de sus amores con su marido Zeus, mató a casi
todos los hijos que ella había concebido con el dios, la única que logró
escapar a la venganza fué Escila).
Lamia y sus pares se cebaron desde entonces en los niños ajenos y en sus
padres; vampirizando a los pequeños y seduciendo hasta la
demencia a los adultos, en represalia por sus hijos perdidos y por
despecho hacia la deidad que la gozó en el lecho, pero
que no se dignó a defenderla de la cólera celeste.
Se la conocía también bajo el nombre de Anatha, y una de sus curiosas
habilidades consistía en poder quitarse los ojos a voluntad,
incluso llegó a ayudar a varios héroes prestándoles sus globos
oculares. También conocida como "La devoradora de hombres",
ya que su leyenda la acusa literalmente de comérselos, luego de
cautivarlos con una belleza que nunca otorga lo que promete, y
de atraerlos para consumar sus propósitos a lugares desiertos.
La moderna simbología ha querido ver en ésta singular demonio
el arquetipo del temor ancestral de los varones ante el misterio de
lo femenino.
La vagina dentata se ha convertido en una atractiva imagen para
muchos artistas y escritores, particularmente entre las obras del
surrealismo o del psicoanálisis. El mito no tiene nada que ver con
Sigmund Freud, a quien se le atribuye erróneamente. Freud nunca
mencionó este latinismo en ninguno de sus trabajos y va en contra
de sus propios pensamientos sobre la castración. Para Freud,
la vagina significa miedo a la castración, porque el niño joven
supone que la mujer empezó teniendo un pene que ahora está
atrofiado. La vagina, entonces, sería el resultado de la castración,
no la causa.
En la Mitología Grecorromana , encontramos al historiador griego Diodoro Sículo,
Laima era una reina de Libia a la que Zeus amó, hija de Poseidón o Belo y
Libia. Hera, celosa, la transformó en un monstruo y mató a sus hijos (o, en
otras versiones, mató a sus hijos y fue la pena lo que la transformó en
monstruo). Lamia fue condenada a no poder cerrar sus ojos, de modo que
estuviera siempre obsesionada con la imagen de sus hijos muertos. Zeus le
otorgó el don de poder extraerse los ojos para así descansar, y volver a
ponérselos luego. Lamia sentía envidia de las otras madres y devoraba a sus
hijos. Tenía el cuerpo de una serpiente y los pechos y la cabeza de una mujer.
Sirvieron de modelo para otros seres como, los pequeños monstruos africanos,
humanos de la cintura para arriba, que atraían a los viajeros con su agradable
siseo y enseñando sus senos, para después matarlos y devorar sus cuerpos.
En la Mitología Vasca , las lamias son genios mitológicos a menudo descritos con
pies de pato, cola de pescado o garras de algún tipo de ave, pero es más
frecuente encontrarlas como, mujeres muy hermosas, que viven cerca de los ríos
y las fuentes, donde acostumbran a peinar sus largas cabelleras con codiciados
peines de oro. Suelen ser amables y la única manera de enfurecerlas es robarles
sus peines. Se cuenta también que han ayudado a los hombres en la construcción
de dólmenes, cromlech y puentes. A veces se enamoran de los mortales, y llegan
a tener hijos. Otras dicen que no son más que la diosa Mari (diosa
Vasca). Hay una leyenda que una mujer le robó el peine de oro a una lamia y
esta, enfurecida, trató de maldecirla, pero no lo logró, puesto que sonó la
campana de la iglesia y eso la salvó, ya que al parecer, las Lamias no pueden
pisar suelo sagrado, ni nada que este relacionado. En el sureste de la Península , el mito de
las lamias se adapta en la Leyenda de la Encantada, mientras en el norte se encuentra en
las anjanas o xanas.
En la Mitología Castellana
también se la describe como una mujer de singular belleza que peinan sus largos
cabellos, alrededor de una fuente, en algún paraje escondido para atraer a la
gruta en que viven a los viadantes que se acerquen a esos parajes en una fecha
determinada. La más conocida es la lamia o aparecida de Usanos (Guadalajara) en
donde una mujer con la característica de ser una lamia se aparece peinando sus
cabellos y mirándose en un espejo, en el día de San Juan, teniendo solamente
esa fecha para tornar a su estado normal, a condición de que traspase su
hechizo a otro ser mortal.
En la Mitología Búlgara ,
la lamia es una misteriosa criatura con varias cabezas, que puede hacer crecer
una y otra vez si se le cortan (como la Hidra de Lerna). Se alimenta de la sangre de la gente o,
matando mujeres jóvenes para realzar su belleza y así poder seducir hombres.
Este monstruo atormenta a menudo los pueblos y puede ser encontrado en cuevas o
en el subsuelo. En algunas historias tiene alas, en otras su respiración es de
fuego. La lamia no tiene sexo, pero se suele considerar del femenino.
La
leyenda de la encantada
Leyenda 1
"Cuenta una leyenda que hace mucho tiempo, una princesa árabe se enamoró
de un príncipe cristiano, lo que provocó la ira de su padre, el sultán,
que la maldijo a vivir por siempre encantada, presa en un castillo, dentro del
monte del Cabezo Soler, al lado del río Segura, en el camino que lleva a Guardamar.
Desde entonces, en cada noche de San Juan, la Encantada baja hasta el
río, donde se sienta a peinar su larga cabellera, esperando encontrar al
caballero que la libere de su encantamiento. Nadie hasta ahora ha conseguido
liberarla, es más, todos aquellos que lo han intentado han muerto de una forma
horrible, y sus cuerpos han sido encontrados ahogados, en el suelo, con la lengua
fuera. Para librarse de la maldición, hay que llevarla en brazos al río, ya
que, pedirá, que la ayude a llegar para poder lavar sus maltrechos pies. Pero
según el caballero se va acercando al río, la Encantada se hace cada
vez más y más pesada, miles de monstruos y pesadillas salen a su encuentro, y
antes de llegar al agua el pobre incauto cae desfallecido en el suelo soltando
de sus brazos a la princesa, luego ésta vuelve a su castillo.
Los habitantes de Rojales, durante la noche de San Juan saltan sobre hogueras de
fuego, para conseguir la liberación de la Encantada o, por lo menos, calmar el terror de la
princesa tras siglos de encierro.
De todas formas, por la noche, todos evitan el camino que acompaña el río en
brumas. Todos cuentan historias de que hay quien la ha visto en la vereda del
río y que la encantada adopta distintas formas, a veces es una muchacha que
hace autostop. Otros la vieron aparecer por una escuela, y hay quien asegura
que la vio vendiendo flores en un mercadillo. Siempre es una muchacha bella
pero sus ojos no brillan, supuran tristeza, faltándoles la vida y la
libertad."
Leyenda 2
Hace ya bastantes siglos, en el Medievo,
una princesa árabe se enamoró de un príncipe cristiano, provocando las iras de
su padre, el rey, que la maldijo a vivir por siempre encantada, presa en un
castillo, penosa cárcel de oro, dentro del monte del Cabezo Soler, al lado del
río Segura, en el camino que lleva a Guardamar.
Todos los años, y sólo en la Noche de San Juan, la Encantada baja al río en
busca de quien la libere. Todos los hombres del pueblo temen este encuentro
porque los que lo han intentado, y nadie ha conseguido liberarla, han muerto de
la forma más horrible que se pueda imaginar, ahogados en el suelo con la lengua
fuera.
Si algún hombre valiente se encuentra
con ella, la Encantada
le pedirá esa noche mágica que la lleve en brazos hasta el río para bañar sus
cansados pies, y que sólo eso rompa el maleficio. Pero para el hombre que la
lleva, la Encantada
se hace cada vez más y mas pesada, miles de monstruos y pesadillas salen a su
encuentro, y entonces el pobre incauto cae desfallecido en el suelo soltando de
sus brazos a la princesa, y ésta vuelve
a su castillo.
Dicen en el pueblo que la paz solo podrá
venir al mundo cuando haya alguien lleno de verdadera valentía que pueda
liberar a la Encantada
de la maldición del rey. Para invocar esta liberación todas las noches de San
Juan los habitantes de Rojales saltan sobre hogueras de fuego, que si no
consiguen la ansiada liberación si tienen el poder de calmar el terror de la
princesa tras siglos de encierro.
Por si acaso, por la noche, todos evitan
el camino que acompaña el río en brumas. Todos cuentan historias de que hay
quien la ha visto en la vereda del río y que la Encantada adopta
distintas formas, a veces es una muchacha que hace autostop. Otros la vieron
aparecer por una escuela, y hay quien asegura que la vio vendiendo flores en un
mercadillo. Siempre es una muchacha bella pero sus ojos no brillan, supuran
tristeza, faltándoles la vida y la libertad.
Cerrando esta entrada los dejo con un
poema maravilloso de John Keats
Titulado “Lamia”
John Keats
Lamia
Poema - completo
Hace tiempo, antes de que la estirpe de las hadas
Expulsara a Ninfas y Sátiros de los prósperos bosques,
Antes de que la resplandeciente diadema del rey Oberon,
Su cetro y su manto, tapizados de brillantes gemas,
Ahuyentasen a las Dríadas y los Faunos
De los verdes campos y prados de prímulas,
El siempre cautivante Hermes dejó vacío
Su trono dorado,
Del alto Olimpo secuestró la luz,
De este lado de las nubes de Júpiter, para escapar de la mirada
De este gran constructor, y huyó hacia
A un bosque en las costas de Creta.
Pues en algún lugar de esa isla sagrada habitaba
Una ninfa, ante la cual todos los Sátiros se arrodillaban,
Ante cuyos níveos pies los lánguidos Tritones echaban perlas,
Mientras en la tierra se marchitaban y adoraban.
Acosada por los manantiales donde solía bañarse,
y en aquellas planicies donde ocasionalmente deambularía,
había entregado deliciosos obsequios, desconocidos para cualquier Musa,
aunque el pequeño cofre de los caprichos estaba abierto para poder elegir,
Oh, qué mundo lleno de amor se encontraba a sus pies!
Y Hermes pensó, y un calor celestial
Subía desde sus talones alados hasta sus orejas,
Que de una blancura pálida como el lirio
Entre sus dorados cabellos se sonrojaron como las rosas,
Que caían en encantadores bucles sobre sus desnudos hombros.
De bosque en bosque voló,
Respirando sobre las flores su nueva pasión,
Y siguiendo serpenteantes ríos hasta su inicio,
Para encontrar donde esta dulce ninfa tejía su secreto lecho:
Inútil fue; pues la dulce ninfa no se hallaba en ningún sitio,
Entonces reposó sobre el solitario suelo,
Pensativo, y atormentado por dolorosos celos
De los dioses del bosque, y hasta de los mismos árboles.
Mientras allí se encontraba, escuchó una voz que lloraba,
Tal como una vez oyó, que en el noble corazón destruye,
Todo el dolor excepto la piedad: así hablaba la voz:
Expulsara a Ninfas y Sátiros de los prósperos bosques,
Antes de que la resplandeciente diadema del rey Oberon,
Su cetro y su manto, tapizados de brillantes gemas,
Ahuyentasen a las Dríadas y los Faunos
De los verdes campos y prados de prímulas,
El siempre cautivante Hermes dejó vacío
Su trono dorado,
Del alto Olimpo secuestró la luz,
De este lado de las nubes de Júpiter, para escapar de la mirada
De este gran constructor, y huyó hacia
A un bosque en las costas de Creta.
Pues en algún lugar de esa isla sagrada habitaba
Una ninfa, ante la cual todos los Sátiros se arrodillaban,
Ante cuyos níveos pies los lánguidos Tritones echaban perlas,
Mientras en la tierra se marchitaban y adoraban.
Acosada por los manantiales donde solía bañarse,
y en aquellas planicies donde ocasionalmente deambularía,
había entregado deliciosos obsequios, desconocidos para cualquier Musa,
aunque el pequeño cofre de los caprichos estaba abierto para poder elegir,
Oh, qué mundo lleno de amor se encontraba a sus pies!
Y Hermes pensó, y un calor celestial
Subía desde sus talones alados hasta sus orejas,
Que de una blancura pálida como el lirio
Entre sus dorados cabellos se sonrojaron como las rosas,
Que caían en encantadores bucles sobre sus desnudos hombros.
De bosque en bosque voló,
Respirando sobre las flores su nueva pasión,
Y siguiendo serpenteantes ríos hasta su inicio,
Para encontrar donde esta dulce ninfa tejía su secreto lecho:
Inútil fue; pues la dulce ninfa no se hallaba en ningún sitio,
Entonces reposó sobre el solitario suelo,
Pensativo, y atormentado por dolorosos celos
De los dioses del bosque, y hasta de los mismos árboles.
Mientras allí se encontraba, escuchó una voz que lloraba,
Tal como una vez oyó, que en el noble corazón destruye,
Todo el dolor excepto la piedad: así hablaba la voz:
¡Cuándo me levantaré de esta tumba de flores,
Cuándo me moveré en ágil cuerpo apto para la vida,
Para el amor, el placer y la lucha vigorosa
De los corazones y los labios! ¡Oh, pobre de mi!
Cuándo me moveré en ágil cuerpo apto para la vida,
Para el amor, el placer y la lucha vigorosa
De los corazones y los labios! ¡Oh, pobre de mi!
El dios de pies alados, se deslizó sigilosamente
Entre hojas y arbustos, peinando suavemente en su rápido avance,
Los altos pastos y las hierbas en flor,
Hasta que encontró una serpiente palpitante,
Brillante y enroscada sobre un negruzco helecho.
Entre hojas y arbustos, peinando suavemente en su rápido avance,
Los altos pastos y las hierbas en flor,
Hasta que encontró una serpiente palpitante,
Brillante y enroscada sobre un negruzco helecho.
Era una figura gordiana de color radiante
Con manchas en bermellón, dorado, verde y azul
Rayada como una cebra, manchada como el tigre,
Sus ojos como los del pavo real, y todo ornado en carmesí;
Y llena de lunas plateadas que, cuando respiraba,
Se desvanecían o brillaban aún más o entretejían
Sus brillos en los tapices más umbríos,
Y del lado del arco iris, teñida de desdichas,
Parecía, al mismo tiempo, una sufriente dama élfica,
Una especie de amante del demonio, o el demonio mismo.
Sobre su cresta brillaba una tenue llama
Salpicada de estrellas como la diadema de Ariadna:
Su cabeza era de serpiente pero, ¡Oh, tan agridulce!
Tenía la boca de una mujer entera con sus perlas:
Y en cuanto a sus ojos: ¿qué podían hacer esos ojos
Excepto llorar y lamentar haber nacido tan bellos?
Así como Proserpina aún derrama lágrimas por su Sicilia
Su cuello era de serpiente, pero las palabras que emitía
brotaban como burbujeante miel, por amor al Amor,
Y así, Hermes se apoyaba en la punta de sus alas,
Como el halcón que se abate sobre su presa.
Con manchas en bermellón, dorado, verde y azul
Rayada como una cebra, manchada como el tigre,
Sus ojos como los del pavo real, y todo ornado en carmesí;
Y llena de lunas plateadas que, cuando respiraba,
Se desvanecían o brillaban aún más o entretejían
Sus brillos en los tapices más umbríos,
Y del lado del arco iris, teñida de desdichas,
Parecía, al mismo tiempo, una sufriente dama élfica,
Una especie de amante del demonio, o el demonio mismo.
Sobre su cresta brillaba una tenue llama
Salpicada de estrellas como la diadema de Ariadna:
Su cabeza era de serpiente pero, ¡Oh, tan agridulce!
Tenía la boca de una mujer entera con sus perlas:
Y en cuanto a sus ojos: ¿qué podían hacer esos ojos
Excepto llorar y lamentar haber nacido tan bellos?
Así como Proserpina aún derrama lágrimas por su Sicilia
Su cuello era de serpiente, pero las palabras que emitía
brotaban como burbujeante miel, por amor al Amor,
Y así, Hermes se apoyaba en la punta de sus alas,
Como el halcón que se abate sobre su presa.
Dulce Hermes, coronado de plumas, que vuelas suavemente,
Anoche he tenido un maravilloso sueño:
Te veía sentado, en un trono de oro,
Entre los dioses, en el viejo Olimpo,
El único triste; pues no habías oído
Cantar a las suaves Musas de largos dedos,
Ni siquiera Apolo cuando cantaba solo,
Sordo a la amplia y rítmica lamentación de su temblorosa garganta.
Soñé que te veía arropado entre copos de púrpura,
Asomándote amoroso entre las nubes, así como nace el día,
Y velozmente, como un brillante dardo de Febo,
Te diriges a la isla cretense; ¡y aquí estás!
Gentil Hermes, ¿has encontrado a la doncella?
Anoche he tenido un maravilloso sueño:
Te veía sentado, en un trono de oro,
Entre los dioses, en el viejo Olimpo,
El único triste; pues no habías oído
Cantar a las suaves Musas de largos dedos,
Ni siquiera Apolo cuando cantaba solo,
Sordo a la amplia y rítmica lamentación de su temblorosa garganta.
Soñé que te veía arropado entre copos de púrpura,
Asomándote amoroso entre las nubes, así como nace el día,
Y velozmente, como un brillante dardo de Febo,
Te diriges a la isla cretense; ¡y aquí estás!
Gentil Hermes, ¿has encontrado a la doncella?
A lo cual la estrella de Leteo no demoró
Su alegre elocuencia, e inquirió:
Su alegre elocuencia, e inquirió:
Tú, serpiente de suaves labios, ¡seguramente de gran
inspiración!
Tú hermosa corona de flores, de ojos tristes,
Posees cualquier dicha en la que puedas pensar,
Con sólo decirme adónde ha huido mi ninfa,
¡Dónde respira!
Tú hermosa corona de flores, de ojos tristes,
Posees cualquier dicha en la que puedas pensar,
Con sólo decirme adónde ha huido mi ninfa,
¡Dónde respira!
Brillante planeta, así has hablado, respondió la serpiente,
¡pero haz un juramento, mi tierno dios!
¡pero haz un juramento, mi tierno dios!
¡Lo juro, dijo Hermes, por mi báculo de serpiente,
Y por tus ojos, y por tu corona tachonada de estrellas!
Y por tus ojos, y por tu corona tachonada de estrellas!
Rápidas volaron sus cándidas palabras, sopladas entre los
pétalos.
Y una vez más la femenina brillantez:
¡Muy débil de corazón! pues esta pobre ninfa tuya,
Deambula libre como el aire, invisible,
En estas praderas sin espinas; sus placenteros días
Disfruta sin ser vista; invisibles son sus ligeros pies,
Dejan rastros sobre la hierba y las tiernas flores;
De los agotados zarcillos y las verdes ramas torcidas,
Invisible recoge los frutos, invisible se baña:
Y gracias a mis poderes su belleza se oculta
Para que no sea ultrajada, atacada
Por las miradas amorosas de los ojos poco amables
De los Sátiros, los Faunos, y los oscuros suspiros de Sileno.
Descolorida su inmortalidad, por su aflicción
Ante estos amantes se lamentaba
Entonces de ella tuve piedad,
Su cabello etéreo, que mantendrían
Oculto su encanto, pero libre
Para andar como desee, en libertad.
Tú la contemplarás, Hermes, sólo tú,
¡Si concedes, como has jurado, mi dádiva!
Y una vez más la femenina brillantez:
¡Muy débil de corazón! pues esta pobre ninfa tuya,
Deambula libre como el aire, invisible,
En estas praderas sin espinas; sus placenteros días
Disfruta sin ser vista; invisibles son sus ligeros pies,
Dejan rastros sobre la hierba y las tiernas flores;
De los agotados zarcillos y las verdes ramas torcidas,
Invisible recoge los frutos, invisible se baña:
Y gracias a mis poderes su belleza se oculta
Para que no sea ultrajada, atacada
Por las miradas amorosas de los ojos poco amables
De los Sátiros, los Faunos, y los oscuros suspiros de Sileno.
Descolorida su inmortalidad, por su aflicción
Ante estos amantes se lamentaba
Entonces de ella tuve piedad,
Su cabello etéreo, que mantendrían
Oculto su encanto, pero libre
Para andar como desee, en libertad.
Tú la contemplarás, Hermes, sólo tú,
¡Si concedes, como has jurado, mi dádiva!
Y una vez más, el encantado dios lanzó
Su juramento, y a los oídos de la serpiente sonó
Cálido, tembloroso, ardiente, como un salmo.
Arrebatada, levantó su cabeza de Circe,
Ruborizada, casi morada, y en rápido balbuceo afirmó,
Su juramento, y a los oídos de la serpiente sonó
Cálido, tembloroso, ardiente, como un salmo.
Arrebatada, levantó su cabeza de Circe,
Ruborizada, casi morada, y en rápido balbuceo afirmó,
Yo era una mujer, déjame tener una vez más
La forma y el encanto de mujer que una vez tuve.
Amo a un joven de Corinto. ¡Oh, que felicidad!
Devuélveme mi silueta humana, y llévame con él
Inclínate, Hermes, déjame soplar sobre tu frente,
Y verás a tu dulce ninfa
La forma y el encanto de mujer que una vez tuve.
Amo a un joven de Corinto. ¡Oh, que felicidad!
Devuélveme mi silueta humana, y llévame con él
Inclínate, Hermes, déjame soplar sobre tu frente,
Y verás a tu dulce ninfa
El dios alado descendió sereno,
Ella exhaló sobre sus ojos, y pronto vio
A la ninfa apenas sonriendo sobre el verde.
No era un sueño; o digamos que era un sueño
Real, como los sueños de los dioses, y que delicadamente suceden
Sus placeres en un largo sueño inmortal.
Un instante cálido, intenso, puede desvanecerse
Ante la belleza de la ninfa del bosque, entonces creó
Un rayo sobre el sacro verdor, se volvió
Hacia la agonizante serpiente, y con trémulo brazo,
Delicadamente, puso a prueba su caduceo.
Hecho esto posó sus ojos sobre la ninfa,
Llenos de lágrimas de adoración,
Y hacia ella se dirigió: ella, como la luna menguante,
Se desvaneció ante él, encogiéndose, no pudo contener
Sus lágrimas de temor, doblándose como una flor
Que se recoge sobre sí misma al ocaso:
Pero al tomar el dios su helada mano,
Ella sintió el calor, sus párpados de abrieron,
Y como las jóvenes flores ante el zumbido matinal de las abejas,
Floreció y dio su miel hasta la última gota.
Hacia los verdes bosques huyeron;
Y no palidecieron como lo hacen los amantes mortales.
Ella exhaló sobre sus ojos, y pronto vio
A la ninfa apenas sonriendo sobre el verde.
No era un sueño; o digamos que era un sueño
Real, como los sueños de los dioses, y que delicadamente suceden
Sus placeres en un largo sueño inmortal.
Un instante cálido, intenso, puede desvanecerse
Ante la belleza de la ninfa del bosque, entonces creó
Un rayo sobre el sacro verdor, se volvió
Hacia la agonizante serpiente, y con trémulo brazo,
Delicadamente, puso a prueba su caduceo.
Hecho esto posó sus ojos sobre la ninfa,
Llenos de lágrimas de adoración,
Y hacia ella se dirigió: ella, como la luna menguante,
Se desvaneció ante él, encogiéndose, no pudo contener
Sus lágrimas de temor, doblándose como una flor
Que se recoge sobre sí misma al ocaso:
Pero al tomar el dios su helada mano,
Ella sintió el calor, sus párpados de abrieron,
Y como las jóvenes flores ante el zumbido matinal de las abejas,
Floreció y dio su miel hasta la última gota.
Hacia los verdes bosques huyeron;
Y no palidecieron como lo hacen los amantes mortales.
Allí abandonada, la serpiente empezó
A cambiar; su sangre mágica enloqueció,
Creció espuma en su boca, y sobre el pasto cayó,
Marchitándolo con un rocío tan dulce y venenoso;
Sus ojos fijos en la tortura, un lóbrego tormento,
Cálidos, espejados y abiertos, con las pestañas ardiendo,
Lanzaban luces y chispas, sin una lágrima refrescante.
Todos los colores encendidos en todo su cuerpo,
Se retorcían convulsos con un dolor escarlata:
Un profundo ambar volcánico ocupó el espacio
De toda la suave gracia lunar de su cuerpo;
Y, como la lava arrasa la pradera,
Arruinó su plateada cota de malla y dorado manto;
Oscureció todas sus pecas, sus manchas y rayas,
Eclipsó sus lunas, arrasó con sus estrellas:
Y en pocos momentos fue despojada
De todos sus zafiros, esmeraldas y amatistas,
Y brillantes rubíes: de todos ellos privada,
Todavía brillaba su corona; que se deshizo, también ella
Se derritió y desapareció repentinamente;
Y en el aire, su nueva voz sonando suave como un laúd,
Llamó, “¡Lucio, gentil Lucio!”…
A cambiar; su sangre mágica enloqueció,
Creció espuma en su boca, y sobre el pasto cayó,
Marchitándolo con un rocío tan dulce y venenoso;
Sus ojos fijos en la tortura, un lóbrego tormento,
Cálidos, espejados y abiertos, con las pestañas ardiendo,
Lanzaban luces y chispas, sin una lágrima refrescante.
Todos los colores encendidos en todo su cuerpo,
Se retorcían convulsos con un dolor escarlata:
Un profundo ambar volcánico ocupó el espacio
De toda la suave gracia lunar de su cuerpo;
Y, como la lava arrasa la pradera,
Arruinó su plateada cota de malla y dorado manto;
Oscureció todas sus pecas, sus manchas y rayas,
Eclipsó sus lunas, arrasó con sus estrellas:
Y en pocos momentos fue despojada
De todos sus zafiros, esmeraldas y amatistas,
Y brillantes rubíes: de todos ellos privada,
Todavía brillaba su corona; que se deshizo, también ella
Se derritió y desapareció repentinamente;
Y en el aire, su nueva voz sonando suave como un laúd,
Llamó, “¡Lucio, gentil Lucio!”…
Abandonada en lo alto
Con las brillantes nieblas
Entre la blancura de los montes
Estas palabras se deshicieron:
Los bosques de Creta no escucharon más.
Con las brillantes nieblas
Entre la blancura de los montes
Estas palabras se deshicieron:
Los bosques de Creta no escucharon más.
En el sureste de México, existe también una mujer que también tiene cuerpo de serpiente. Se le llama X'tabay. Esta también seduce a los hombres para luego matarlos. Además, se dice que esto de mujer perversa y seductora se le agregó con la llegada de los españoles.
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