Al hablar de Emily Dickinson se nos viene la imagen de
la poeta enclaustrada en su casa, escribiendo prolíficamente y hablando con los
visitantes desde detrás de la puerta de su dormitorio. La historia del encierro
de Emily comienza con razones que siguen sin estar del todo claras, su vida es
un misterio, no hay más que invenciones de sus biógrafos y dichos de familiares
o de sus vecinos. Pero, su mundo interno quizá nadie lo conocería.
Aseguran que gustaba de vestir solo de color blanco y
pasear en el jardín sin compañía alguna al caer la tarde.
Afirman que Benjamin Franklin Newton, quien fuera su
mentor y motivo de afecto marcaría su sensibilidad en cuanto al amor, quien
falleció de tuberculosis pronto y Emily se hundió en una profunda depresión.
Algunas de sus cartas fueron dedicadas a un hombre al
qua apodaba master, pero se desconoce su identidad. La poeta jamás se
casó.
Tras recluirse en su habitación mantuvo pocas
amistades a las que trataba mediante correspondencia.
Sus letras se caracterizaban por el enigma y
una poderosa feminidad, así como un lenguaje emotivo. Emily Dickinson, decidió
recluirse en el hogar paterno de Amherst, Nueva Inglaterra, a partir de los 30
años.
Desde su casa de campo escribió sus poesías y mantuvo
una intensa relación postal con sus amistades. Una de sus dedicaciones
solitarias fueron el cuidado de su jardín y la confección de un herbario, que la
Universidad de Harvard acaba de digitalizar y poner al alcance de todos. Como
vemos Emily es todo un misterio.
Hoy vamos a conocer a Los Secretos de Emily Dickinson
Quien era Emily Dickinson
Emily Elizabeth
Dickinson (Amherst, Massachusetts, 10 de diciembre de 1830 -
Amherst, 15 de mayo de 1886)
Emily Dickinson provenía de una prominente familia
de Nueva Inglaterra. Sus antepasados habían llegado a Estados
Unidos en la primera oleada migratoria puritana y la estricta
religión protestante que profesaban influyó sobre la obra de la
artista. El padre de la poeta, Edward Dickinson, abogado por
la Universidad Yale, fue juez en Amherst, representante en la Cámara de
Diputados de Massachusetts, La esposa de Edward y madre de la poeta fue
Emily Norcross Dickinson (1804–1882), al fin de su vida estuvo postrada y a
cargo de sus hijas. Emily Dickinson tuvo dos hermanos: el mayor, William Austin
Dickinson (1829–1895), generalmente conocido por su segundo nombre, se casó en
1856 con Susan Gilbert, amiga de su hermana Emily, y vivió en la casa de al
lado de su padre. Su hermana menor, Lavinia Norcross Dickinson (1833–1899),
también conocida como Vinnie, fue la que descubrió las obras de Emily tras su
muerte y se convirtió en la primera compiladora y editora de su poesía.
Emily Dickinson nació en tiempos anteriores a
la Guerra de Secesión, en donde fuertes corrientes ideológicas y políticas
chocaban en la sociedad de clase media-alta estadounidense.
Incluso los hogares más acomodados carecían de agua
caliente y de baños dentro de la casa, y las tareas hogareñas representaban una
carga enorme para las mujeres; aunque por la buena posición económica, la
familia Dickinson disponía de una sirvienta irlandesa.
Emily Dickinson nació en el hogar de sus padres el 10
de diciembre de 1830, dos años después de que sus padres contrajeran
matrimonio. Muy apegada a los ideales y conceptos puritanos, tardó muchos años
en comenzar a rebelarse, aunque nunca de forma completa.
Emily prácticamente no recordaba a sus abuelos ni a
sus tíos, a pesar de ello, de niña tuvo mucha relación con dos pequeñas primas
huérfanas, a las cuales ayudó a educar e incluso, a una de ellas, Clara Newman,
le llegó a leer en secreto algunos de sus poemas.
Es imposible reconstruir de forma completa la infancia
de la poeta, son escasos y fragmentarios los datos que poseen los
investigadores. Se conoce que el hermano mayor de Emily, William Austin
Dickinson, un año y medio mayor que ella, nació el 16 de abril de 1829. Él se
educó en el Amherst College y se convirtió, al igual que su padre, en abogado
al graduarse de la Universidad Harvard.
Austin Dickinson se casó en 1856 con Susan
Huntington Gilbert, excompañera de estudios de Emily en la Academia de Amherst,
quien parece haber cumplido un importante papel en la vida emocional de la
escritora. Susan Gilbert, al mudarse con Austin a la casa contigua a donde
vivía Emily, se convirtió en amiga, amante y confidente de la poeta, y consta
por la correspondencia mantenida que su cuñada fue la segunda persona a quien
le mostró sus poemas. Incluso se atrevió a sugerirle a Emily algunos cambios y
retoques que no fueron realizados jamás. se ha propuesto que Susan fue la destinataria
de cerca de trescientos de los poemas de amor de Dickinson y, que este amor era
correspondido.
Lavinia Dickinson, su hermana menor, nacida el 28 de
febrero de 1833, fue su compañera y amiga hasta el fin de su vida. Las pocas
confidencias íntimas que se conocen de Emily provienen de Lavinia. Vinnie sentía una profunda adoración por su hermana y por su talento poético; respetó
hasta la muerte de Emily la decisión de mantener ocultas sus obras, y también
protegió su vida privada todo lo que pudo, creando y manteniendo el ambiente de
calma, aislamiento y soledad que Emily necesitaba para dar forma a su gran
producción poética. La fe de Lavinia en las obras de su hermana, permitió su
protección para la posteridad, hasta su primera publicación póstuma. La
devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al biógrafo de
Emily, George Frisbie Whicher, y al mundo que la poeta lírica más
memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato.
La Academia de Amherst era sólo para varones, a pesar
de ello, en 1838 se abrió por primera vez la inscripción de niñas y en 1840,
Edward Dickinson y su esposa inscribieron a Emily.
A pesar de su humildad escribió: Fui a la escuela, pero no tuve instrucción. La educación de Emily en la academia fue sólida y completa. Allí aprendió literatura, religión, historia, matemáticas, geología y biología.
El punto más flojo de la educación de Dickinson fueron
sin duda las matemáticas, para las cuales no tenía facilidad y no le gustaban.
Su talento narrativo hizo que escribiera las composiciones de sus compañeras
que, en retribución, le hacían las tareas
de álgebra y geometría.
De este período se conserva una carta a su amiga Jane
Humphrey, escrita a los once años de edad, que muestra un estilo académico y
risueño:
«Hoy es miércoles, y ha habido clase de oratoria. Un
joven leyó una composición cuyo tema era "Pensar dos veces antes de
hablar". Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido, y le
dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir».
Emily estudiaba
piano con su tía, tenía canto los domingos y también jardinería, floricultura y
horticultura; estas últimas pasiones no la abandonarían hasta el fin de su
vida.
La educación de Emily Dickinson fue, por tanto, mucho
más profunda y sólida que las de las demás mujeres de su tiempo y lugar, en
ocasiones la muchacha, cuya salud no era muy buena, se sentía saturada y sobre
exigida.
El Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount
Holyoke también recibió a Emily Dickinson para ayudar a su formación religiosa
y completar su educación superior. En 1847, la jovencita abandonó el hogar
familiar por primera vez para estudiar en dicho seminario.
Dickinson, con apenas dieciséis años, era una de las
más jóvenes de entre las 235 estudiantes de Mount Holyoke, las cuales eran
custodiadas por un selecto grupo de jóvenes maestras de entre veinte y treinta
años de edad. La adolescente superó sin problemas los estrictos exámenes de
admisión y se mostró muy satisfecha por la educación que se impartía en el
seminario.
Allí intentaron que Emily se volcara de lleno en la
religión para dedicarse a misionar en el extranjero, pero tras un profundo
examen de conciencia Dickinson encontró que aquello no le interesaba y se negó,
quedando inscrita en el grupo de setenta alumnas a las que se consideró, no
convertidas.
A pesar de ello, Emily y su portentosa imaginación
eran muy populares en el seminario. Una condiscípula escribió que «Emily
siempre estaba rodeada en los recreos por un grupo de niñas ansiosas de
escuchar sus relatos extraños y enormemente divertidos, siempre inventados en
el momento».
En la primavera Emily enfermó y ya no pudo permanecer
en el seminario. Edward Dickinson envió a Austin a buscarla y traerla de
regreso. Después de esta segunda experiencia académica de su vida, Emily
Dickinson ya no volvió a estudiar nunca más.
La vida privada de Emily Dickinson ha permanecido
siempre velada al público, pero solo hace falta echar una mirada a sus poemas
para descubrir en ellos una coherencia, pasión e intensidad extraordinarias. La
mayor parte de sus obras se ocupan de su amor hacia alguien, un hombre o una
mujer, cuyo nombre jamás es mencionado, y con quien no podía casarse.
Lamentablemente, como la poesía de Emily fue publicada
en un orden completamente arbitrario, no se puede distinguir hoy en día ninguna
secuencia cronológica concreta, lo que destruye la posible progresión dramática
que narraría la sucesión de emociones que sintió hacia esta persona
desconocida, sin duda, una capital de importancia en la vida de la artista y
que pudo tener influencia, incluso, en su decisión de autor recluirse
Objeto de numerosas habladurías durante su vida y de
muchas más después de su muerte, la vida emocional e íntima de Emily espera aún
a ser revelada por los investigadores y estudiosos. La posible exageración de
su vida la contradice la propia poeta al escribir: Mi vida ha sido demasiado
sencilla y austera como para molestar a nadie, aunque tal vez esta frase sólo
se refiera a los hechos de su vida y no a sus sentimientos profundos.
Ya entre 1850 y 1880, circulaban
por Massachusetts numerosos rumores acerca de los amores de la hija
del juez Dickinson y, después de la publicación de su primer libro de poemas,
cundieron las habladurías acerca de su desdichada historia de amor.
Las teorías populares o académicas pueden dividirse en
dos grupos, el amor con un joven a quien Edward Dickinson le prohibió seguir
viendo o la relación con un pastor protestante casado que huyó a una ciudad
distante a fin de no sucumbir a la tentación. Ambas, aún sin poder ser
comprobadas, tienen un pequeño trasfondo de verdad histórica. Tampoco se debe
descartar la hipótesis que sostienen algunos biógrafos más actuales, según la
cual Emily estuvo profundamente enamorada de su consejera, amiga y cuñada, la
esposa de su hermano mayor, quien vivía junto a su casa.
Más fructífera fue la relación de amistad «profunda y
confidente» con su cuñada Susan Huntington. Ella fue una de las pocas personas
a quienes Emily le compartió sus poemas y en la actualidad, se cree que fue la
verdadera inspiración amorosa de al menos varias centenas de ellos.
Benjamin F. Newton causó tan profunda impresión
en la poeta que, no bien lo hubo conocido, escribió a su amiga, vecina y futura
cuñada Susan Gilbert una carta fechada en 1848 donde le dice: «He encontrado un
nuevo y hermoso amigo».
Newton permaneció dos años con los Dickinson y, por
los motivos que fuesen, incluida una supuesta prohibición de Edward para que
siguiera frecuentando a su hija, abandonó Amherst a finales de 1849
para nunca más regresar.
De vuelta en su ciudad natal se dedicó al derecho y al
comercio, en 1851 se casó con Sarah Warner Rugg, 12 años mayor que él. Para
estos tiempos Newton estaba ya gravemente enfermo de tuberculosis,
dolencia que lo llevó a la muerte el 24 de marzo de 1853, a los 33 años de
edad, diez meses antes de que Emily escribiese al pastor Hale preguntando por
sus últimos momentos.
El encanto que Newton provocó en Emily Dickinson fue
de la mano de la literatura,
Newton, en cambio, obsequió a Emily un ejemplar de los Poemas de Emerson y
le escribió apasionadas cartas donde, en forma velada, intentaba prepararla
para su muerte inminente. Dice Emily a Thomas Higginson, hablando de una
carta que había recibido de Newton: Su carta no me emborrachó, porque ya estoy
acostumbrada al ron. Me dijo que le gustaría vivir hasta que yo fuese una
poetisa, pero que la muerte tenía una potencia mayor que la que yo podía
manejar». Otra carta al «Maestro» dice que «mi primer amigo me escribió la
semana anterior a su muerte: “Si vivo, iré a Amherst a verte; si muero,
ciertamente lo haré”. Veintitrés años más tarde, Emily Dickinson aún seguía
citando de memoria las palabras de estas últimas cartas de su amigo de la
juventud.
Los motivos de la vuelta de Newton a Worcester no
están claros, pero el repudio de Edward Dickinson a un posible romance no es
una causa improbable. Newton era pobre, progresista y tenía tuberculosis en la
fase terminal. No era, a buen seguro, la clase de partido que el juez de
Amherst deseaba para su adorada hija, y menos aún una buena influencia a los
ojos del puritano padre.
Mientras Emily luchaba con la elaboración del duelo
que había desatado en ella la muerte de Newton, conoció
en Filadelfia en mayo de 1854 al reverendo Charles Wadsworth, a la sazón
pastor de la Iglesia Presbiteriana de Arch Street. Wadsworth tenía 40
años y estaba felizmente casado, pero igualmente causó una profunda impresión
en la joven poeta de 23: Él fue el átomo a quien preferí entre toda la arcilla
de que están hechos los hombres; él era una oscura joya, nacida de las aguas
tormentosas y extraviada en alguna cresta baja. Tras las muertes de Newton y
Wadsworth, la vida de Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino
para evitar la muerte, según su principal biógrafo ya mencionado, consistió en
la poesía. Recrudeció entonces la tenaz negativa a la publicación de sus poemas
y comenzó a dejar de salir de la casa de su padre, y con frecuencia, siquiera
de su propia habitación.
La negativa a publicar, aunque la actitud de Dickinson
tuviese paralelos históricos como por ejemplo Franz Kafka, no deja de ser
una anormalidad que merece ser mejor estudiada en el futuro.
Si bien, como se ha dicho, Emily no se oponía a que la
gente leyese sus poemas, le leía algunos a su prima Clara Newman y escribía
otros para su cuñada Susan Gilbert; sin embargo, no dejaba
que cualquiera los leyera. Aparte de los mencionados miembros de su
familia, todas las demás personas que leyeron sus trabajos cuando la poeta
seguía con vida, eran profesionales de la literatura: escritores, críticos,
profesores o editores, y pueden contarse con los dedos de una mano.
El encierro y el aislamiento autoimpuestos de Emily
Dickinson no fueron súbitos ni anormales, al comienzo. Desde su alejamiento del
seminario hasta su muerte, Emily vivió tranquilamente en la casa de su padre,
lo que no era raro para las mujeres de su clase. Su hermana Lavinia y su cuñada
Susan Gilbert, por ejemplo, siguieron caminos idénticos.
Entre sus veinte y treinta años, Emily iba a la iglesia,
hacía las compras y se comportaba perfectamente en todos los aspectos. Daba
largos paseos con su perro «Carlo» e incluso concurría a las exposiciones y a
las funciones benéficas, lo que se demuestra porque las instituciones aún
conservan en sus archivos sus tarjetas de visita. La familia de Holland la
visitó en 1861, y la recuerdan «con un vestido marrón, una capa más oscura y
una sombrilla del mismo color». A finales de ese año, la poetisa comenzó a
rehuir las visitas y las salidas, y empezó a vestirse exclusivamente de blanco,
extraña costumbre que la acompañaría durante el cuarto de siglo que aún le
quedaba de vida.
Para 1862 se la veía ya muy poco por la población. En
1864 viajó a Boston para visitar a un oculista y repitió el
periplo al año siguiente, período en que se alojó en casa de unas primas
en Cambridgeport. Nunca volvió a viajar y faltó a la cita que el médico le
había concertado para 1866.
En 1870, a pesar de los ruegos de Higginson para que
saliera, la decisión de encerrarse era ya definitiva: No salgo de las tierras
de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa, ni me muevo del pueblo. Esta
exageración de la vida privada se había convertido, para esa época, en una
especie de fobia o morbosa aversión a la gente.
En los últimos quince años de su vida, nadie en
Amherst volvió a verla, excepto que algún paseante ocasional vislumbrara su
figura vestida de blanco paseando por el jardín de los Dickinson en los
atardeceres de verano. A veces se escondía en el vano de la escalera de la casa
de su padre, entre las sombras, y sorprendía a los asistentes en una cena o una
reunión con una interjección o un comentario expresados en voz baja.
Sus cartas de ese período demuestran que algo anormal
sucedía con la portentosa escritora: He tenido un extraño invierno: no me
sentía bien, y ya sabes que marzo me aturde», carta escrita a Louise Norcross.
En otra nota se disculpa por no haber concurrido a una cena a la que estaba
invitada y dice: Las noches se hicieron calientes y tuve que cerrar las
ventanas para que no entrara el coco. Tuve también que cerrar la puerta de
calle para que no se abriera sola en la madrugada y tuve que dejar prendida la
luz de gas para ver el peligro y poderlo distinguir. Tenía el cerebro
confundido, aún no he podido ordenarlo y la vieja espina aún me lastima el
corazón; fue por eso por lo que no pude ir a visitarte.
Durante los tres últimos años de su vida no salió ni
siquiera de su habitación, ni aun para recibir a Samuel Bowles, el cual nunca
había dejado de visitarla. El anciano se paraba en la entrada y la llamaba a
gritos por la escalera, diciéndole «pícara» y agregando una palabrota cariñosa.
Nunca tuvo éxito en su intento de verla o de cambiar una palabra con ella.
Cuando la primera esposa de Higginson murió en 1874,
la poeta le envió esta frase: La soledad es nueva para usted, Maestro:
permítame conducirlo.
No obstante, sus poemas y sus cartas demuestran que es
falsa la apariencia de monotonía y enfermedad mental que erróneamente muchos
atribuyen a estos últimos años de la artista. Las misivas de esta época son
poemas en prosa: una o dos palabras por renglón y, una actitud vital atenta y
brillante que encantaba a los destinatarios: «Mamá fue de paseo, y volvió con
una flor sobre su chal, para que supiéramos que la nieve se había ido.
A Noé le hubiese gustado mi madre... La gata tuvo gatitos en el tonel
de virutas, y papá camina como Cromwell cuando se apasiona».
Disfrutaba de la visión de los niños que jugaban en el
terreno lindero (Me parecen una nación de felpa o una raza de plumón) y
trabajar de rodillas en sus flores.
Cuando murió su sobrino menor, último hijo de Austin
Dickinson y Susan Gilbert, el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se
quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por
el mal de Bright. A principios de 1886 escribió a sus primas su última
carta: Me llaman.
Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte
el 15 de mayo de 1886.
El hallazgo
Poco después de la muerte de la poetisa, su hermana
Vinnie descubrió ocultos en su habitación 40 volúmenes encuadernados a mano,
los cuales contenían la parte sustancial de la obra de Emily, más de 800 poemas
nunca publicados ni vistos por nadie. Las poesías que insertaba en sus cartas
constituyen el resto de su obra, la mayoría de las cuales pertenecen a los
descendientes de sus destinatarios y no se hallan a disposición del público.
Reconocida en el mundo como uno de los poetas
fundamentales estadounidenses, Emily Dickinson se caracterizaba por
ser una prolífica escritora en la intimidad de su hogar, durante su vida
no se llegaron a publicar ni 12 de sus casi mil 800 poemas.
Entre ese acervo, que con el paso de los años se fue
desvelando, destacan las cartas que enviaba con gran frecuencia a su
cuñada Susan Gilbert.
La hermana menor de Emily, Lavinia Norcross fue quien
descubrió las obras de la poetisa y, tras la muerte de la artista, se convirtió
en la primera compiladora y editora de su poesía.
Lavinia jugó un papel vital en la vida de Emily, fue
su confidente y protectora hasta el último día de su vida; la escritora no era
partidaria de compartir sus textos con el mundo y su vida privada
permanecía en total resguardo, pero la mayor parte de sus obras hablan de un
amor pleno hacia alguien, un hombre o una mujer cuyo nombre no menciona y
con quien dice, jamás podría casarse.
Excompañera de estudios de Emily en la Academia de
Amherst, Susan se convirtió en amiga y confidente de la poeta, prueba de ello,
es la correspondencia que mantenía frecuentemente con quien posteriormente se
convertiría en su cuñada.
La relación entre Emily y Susan era tan fuerte que, al
menos, cerca de 300 poemas de amor de Dickinson iban dirigidos a
Gilbert y ese amor era correspondido.
Cartas
Están limpiando la casa hoy, Susie, y he hecho un
rápido bosquejo de mi cuarto, donde con afecto, y contigo, yo pasaré esta mi
hora preciosa, la más preciosa de todas las horas que marcan los días al vuelo,
y el día tan querido, que por él cambiaría todo, y tan pronto como pase,
suspiraré otra vez por él. No puedo creer, Susie querida, que casi he
permanecido sin tí un año entero; el tiempo parece a veces corto, y mi recuerdo
de ti caliente como si te hubieras ido ayer, y otras veces si los años y los
años recorrieran su camino silencioso, el tiempo parecería menos largo. Y ahora
como pronto te tendré, te sostendré en mis brazos; perdonarás las lágrimas,
Susie, acuden tan felices que no está en mi corazón reprenderlas y enviarlas a
casa.
No sé por qué es -pero hay algo en tu nombre, ahora
estás tomando de mí, que llena mi corazón por completo, y mi ojo, también. No
es que mencionarlo me aflija, no, Susie, pero pienso en cada «sitio soleado»
donde nos hemos sentado juntos, y no sea que no haya no más; conjeturo que ese
recuerdo me hace llorar. Mattie estuvo aquí la tarde pasada, y nos sentamos en
la piedra de la puerta delantera, y hablamos de vida y de amor, y susurramos
nuestras suposiciones infantiles sobre tales cosas dichosas – la tarde se fue
tan pronto, y caminé a casa con Mattie debajo de la luna silenciosa, y sólo
faltabas tú, y el cielo. Tú no viniste, querida, pero un poquito de cielo sí, o
eso nos pareció a, pues caminamos de un lado a otro y nos preguntábamos si esa
gran bendición que puede ser nuestra alguna vez, se concederá ahora, a alguno.
¡Esas uniones, mi Susie querida, por las cuales dos vidas son una, esta
adopción dulce y extraña en donde podemos mirar, y todavía no se admite, cómo
puede llenar el corazón, y hacerlos en pandilla latir violentamente, cómo nos
tomará un día, y nos hará suyos, y no existiremos lejos de él, sino que
quedaremos quietas y seremos felices!
Cuatro meses antes de su vigésimo cumpleaños,
Emily Dickinson (10 de diciembre de 1830 – 15 de mayo de 1886) conoció a la
mujer que sería su musa durante el resto de sus días, su “única mujer en el
mundo”. Susan Gilbert se había establecido en Amherst, para estar cerca de su
hermana tras graduarse de la Academia Femenina de Utica. Una de las pocas
instituciones con rigor académico disponible para mujeres en aquel entonces.
Susan se coló en la vida de Emily en el verano de
1850, hecho que más tarde sería descrito por la poeta como la época en que “comenzó
el amor por primera vez, en el escalón de la puerta principal y debajo de los
árboles de hoja perenne”. Pero Emily no fue la única persona hechizada con el
encanto de Susan, Austin Dickinson y hermano de la poeta, también quedó
cautivado por su temprana erudición. Pero esto no impidió que Emily y Susan
desarrollaran una apasionada amistad.
Las cartas de Emily Dickinson a Susie
Durante los próximos diecisiete meses un remolino de
emociones se apoderó de Emily, que logró formar un íntimo vínculo con Susan.
Las dos jóvenes pasaron largas horas juntas, dando paseos por el bosque y su
amistad perduraría a lo largo de todas sus vidas. “Somos los únicos poetas”,
dijo Emily a Susan, “y todos los demás son prosa”.
A principios de 1852, la poeta había caído en la
espirar sin salida del enamoramiento más allá de las palabras. Y se lanzó con
una línea hacia su amiga:
“Ven conmigo esta mañana a la iglesia dentro de
nuestros corazones, donde las campanas siempre suenan y el predicador cuyo
nombre es Amor, ¡intercederá por nosotras!”.
Pero como en todo estrecho vínculo, las desavenencias
llegaron sin aviso previo cuando Susan aceptó un puesto de diez meses como
profesora de matemáticas en Baltimore. Dickinson estaba devastada con semejante
separación, pero esta fue la ocasión perfecta para declarar el amor a Susan a
través de sus cartas, que más tarde se volverían emblemáticas por la apasionada
poesía contenida en ellas.
…menos de ira y más de tristeza
En una carta de comienzos de primavera de 1852 y tras
trascurrir ocho meses desde la separación, Emily escribió una carta reveladora
de su conflicto interior:
¿Serás amable conmigo, Susie? Me siento traviesa y
enfadada esta mañana, y aquí nadie me ama; ni siquiera tú me amarías si me
vieras fruncir el ceño y oyeras lo fuerte que se golpea la puerta cada vez que
paso. Y, sin embargo, no es ira, no creo que lo sea, porque cuando nadie ve, me
limpio las lágrimas grandes con la esquina de mi delantal y luego sigo
trabajando. Lágrimas amargas, Susie, tan calientes que me queman las mejillas,
y casi me incendian los ojos, pero has llorado mucho, y sabes que son menos de
ira y más de tristeza.
Tu preciosa carta, Susie, está aquí ahora, y sonríe
tan amablemente hacia mí. Y me da tan dulces pensamientos sobre su querida
autora. Cuando vuelvas a casa, cariño, no recibiré tus cartas, ¿de acuerdo?
Pero te tendré a ti, que es más… ¡Oh, más y mejor de lo que puedo pensar! Me
siento aquí con mi pequeño látigo, rompiendo el tiempo, hasta que no queda una
hora, ¡entonces estás aquí! Y la alegría está aquí, ¡alegría ahora y para
siempre!
Meses más tarde y al expectante regreso de Susan a
casa, Emily vivió una montaña rusa de emociones. Con su amor tan intenso e
intrincado, debatiéndose entre el dolor de la separación, el regocijo del
reencuentro y la incertidumbre. A días del regreso de su íntima, Emily
Dickinson dejó plasmado en sus cartas: “Susie, ¿de verdad volverás a casa
el próximo sábado y volverás a ser mía y me besarás como solías hacerlo? Te
espero tanto, y me siento tan ansiosa por ti, siento que no puedo esperar. La
expectativa de volver a ver tu cara me hace sentir caliente y febril, y mi
corazón late tan rápido. Me voy a dormir por la noche, y lo primero que sé es
que estoy sentada allí, despierta y abrazada apretando las manos y pensando en
el próximo sábado. Vaya, Susie, me parece que mi Amante ausente llegaría a casa
tan pronto, y mi corazón debe estar muy ocupado preparándose para él”.
Dickinson reasignaría frecuentemente y deliberadamente
pronombres de género, tanto para ella como para sus seres amados. A lo largo de
su vida, a menudo firmaba sus cartas refiriéndose a sí misma como él: niño,
príncipe, conde o duque desafiando la cruda heteronormatividad impuesta
en aquel entonces.
Pero la historia de amor entre Emily y Susan se entrelaza,
la base del triángulo la comparten Emily y Austin Dickinson. Susan terminó
casándose con el hermano de la poeta y aunque en repetidas ocasiones este
ocultó la correspondencia de su hermana, las cartas entre ellas continuaron. En
ellas se revela la historia poco común del amor entre dos mujeres que
exploraron a fondo los esplendores y las tristezas de su vínculo. Gracias a la
cual, Dickinson transformó sus más grandes anhelos en una revolución creativa
que transformaría la poesía para siempre.
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