Siempre me fascinó la idea de
ver mí cuerpo por dentro, observar asustado mis muñecas cortadas, ver la sangre
fluir hacia el olvido, a los catorce años tuve mi primer intento de suicidio;
caminaba por la
Avenida Presidente Perón cuando a causa de esquivar a un
perro, un motociclista cayó de cabeza contra el asfalto muriendo al instante,
aquel segundo fue inexplicable, como ver en un flash los ojos del destino, como
ver el rostro divino y él viera el tuyo. Justo ahí, en esa esquina la vi, una
chica delicada y perfecta, me miró a los ojos, la miré con un poco de
vergüenza, después me acerqué a ella, - ¿Te conozco?...- le pregunté, sentí
conocerla de toda mi corta vida, caminamos por horas juntos, conversamos sobre
muchos temas, del día, la noche, nos sentamos en la plaza principal y seguimos
riendo; advertí luego que era ya de madrugada, al despedirme ella me dio un
beso tan fuerte que mis labios sangraron, después desapareció en la noche y no
volví a verla.
Ella
fue como todos una vez que me conocían huían de mi lado, fue la noche
siguiente, ella no fue a la cita, me tomé todas las píldoras del botiquín del
baño con vino tinto, estaba cansado de mamá, de no agradarle a nadie, los
médicos dijeron que fue un milagro el hecho que no muriera esa noche. Mi vida
era miserable, recuerdo que de niño deseaba salir a jugar con los pibes del
barrio pero mamá me lo prohibía, decía que alguien podría tomarme a la fuerza
para querer violarme, o que quizás me
subirían a un automóvil para robar mis órganos, o lo peor que correría la
suerte de mi hermanito, mejor de eso no hablar por ahora, ella me sobreprotegía;
en fin; siempre fui discriminado, el que prefería la compañía de un libro, al
que le gustaba escribir, el que en la escuela no tenía novia ni amigos, de niño
fui gordo, de adolescente casi raquítico con mi estúpido flequillo y mí rostro
lleno de acné; todos me creían gay; cuando afuera los chicos jugaban a la
pelota, yo leía a Cortazar mirando por la ventana como el mundo seguía, cuando
se juntaban en la esquina a tomar, yo, leía a Darwin buscando ¿Por qué?, el
hombre evolucionaba y yo seguía sin mutar.
Me
pasé la adolescencia drogado encerrado en mi cuarto, internado en diversos
hospitales por los intentos de suicidio, teniendo sexo porque si alguna se me
regalaba, siempre pensando en esa extraña chica. Probé de todo para matarme,
veneno para hormigas, para ratas, insecticida, tomé kerosén dos veces,
pastillas antidepresivas con alcohol fino, me colgué de la ducha dos veces
también, la primera se rompió la cañería, la segunda se me corto la cuerda. Una
tarde cansado ya de todo vi que venía el tren y me lancé del puente, tuve la
mala suerte que este se quedó en la estación por huelga
de
los trabajadores, solo gané un brazo roto, después fui a la ruta deseaba que un
Scania me destripara, pero la misma se hallaba cortada por los piqueteros,
hasta entre en la hinchada de boca con la remera de River gritando sus goles,
sólo obtuve un politraumatismo de cráneo y tres dedos rotos del pie.
Tenía
treinta y dos años cuando desesperado fumaba sentado a orillas del río, jugaba
con mi navaja haciéndome pequeños cortes en mis devastados brazos, toda una
nube de mis peores recuerdos me envolvieron la mente, como imágenes de una
película muda; vi a mi hermanito de dos años soltarse de mi mano, como aquel
viejo falcón acabo con su vida y la de mi familia, a papá depresivo morir de
pena tomado de mi mano en su cama, dos vidas esfumándose entre mis manos; la
culpa me segaba. No había nacido más que para arruinar la vida de los pocos que
me rodeaban, nunca voy a ser nada más que un fracasado, estoy hecho para sufrir
y lastimar, solo soy ira, pensamientos impuros, destrucción, ya no podía contra
mis recuerdos,
los
fantasmas me atormentan. Corté entonces mis muñecas, me dejé caer sobre aquel
pasto duro y escaso, ya no había nadie que me rescatara de mí mismo, sonreí
mirando el amplio cielo azul, ya no habría más dolor, no más psiquiatras, no
más lamentaciones, no más fantasmas persiguiéndome. Sentí temblores, cerré los
ojos, mí mente vislumbraba las caras de mis seres amados, al fin descansaría en
paz, luego percibí unas manos frías en mi rostro que me acariciaban, pensé”
estoy muriendo al fin”.
Desperté
en un cuarto oscuro, iluminado apenas por la luz callejera, me levanté de
aquella cama de plumas y rasos, parecía estar en un hotel, atrás mío escuché
una voz,
- No
intentes saltar por la ventana porque no morirás esta noche. – Dijo
Giré
rápidamente para ver quien era, allí sentada a los pies de la cama estaba la
chica de mi adolescencia, la que espante con mis depresiones, la miré rendido a
sus pies,
- Fui salvado por un
ángel que bajo del cielo para calmar mi dolor, por una ninfa que extraviada se
encontró conmigo muriendo. -Le tomé las manos, ella me miraba,
- ¡No!.. Fui salvado por
la reina de la melancolía, por la dama de negro, por la princesa de la
tristeza; porque tu rostro se ve más triste que el mío.- dije
Por
unos minutos nos quedamos en silencio, solo nos observábamos para ver si era
todo real.
- Marcos ¿Por qué
quieres morir? - Preguntó ella.
- Jamás te dije mi
nombre.- Contesté asombrado,
- Es idiota que un
suicida lleve puesto una placa que diga,”Soy Marcos alérgico a la penicilina”.-
Dijo ella.
- Deseo morir porque no
soy nada... Arruiné a mi familia. - Ella puso sus dedos en mi boca para
callarme, comencé a llorar, tranquilo Marcos, la vida no es fácil, la muerte
quizás es un dulce comienzo, tu alma es pura y frágil. No ames tanto a la
muerte porque ella podría enamorarse de ti al extremo de no querer llevarte
nunca. Me abrazo cruzando sus brazos en mi pecho, se me erizaba la piel al
sentirla, me di vuelta y tomé su rostro entre mis manos, ella besó mis
lágrimas, sentí su corazón agitado, besó luego mi boca brutalmente hasta que
sangro, arrancó mi camisa, dio suaves mordiscos en mi pecho, le quité su camisa
negra, su piel era tan blanca que hasta los ángeles podrían envidiarla, exploré
cada área de su hermoso cuerpo, me enredé en su largo cabello negro, marcó mi
espalda con sus uñas, sacudí sus caderas
contra
las mías con toda la fuerza que pude. Nadie jamás me había entregado sus
perversiones más oscuras, ni me había permitido satisfacer mis deseos más
profundos, no hubo condiciones esa noche, el viento volaba las cortinas, el
aire se apreciaba denso, nunca logré provocar tantos orgasmos en una mujer al
extremo que el mundo parecía estremecerse en orgasmos.
Por
la mañana cuando desperté ella estaba en la ventana como si no hubiese dormido,
- ¿Todavía deseas morir?
- Preguntó
- No después de esta
noche. - Contesté
- Necesito que me
escuches, que no me interrumpas, tengo que confesarte quien soy... Durante
mucho tiempo pensé en ti... pero ya no voy a volverte a ver jamás. –Dijo ella.
- ¿Por qué? - Dije y
tomé mi navaja.
- Marcos... Marcos deja
eso. - Dijo sin quitar su mirada de la ventana
- Marcos escúchame y no
me interrumpas... yo soy... La muerte, me amaste cuando todos me odiaron, te vi
llorar por tu padre y me dolió por primera vez el alma, me amaste tanto que me
buscabas todo el tiempo, cada intento tuyo por suicidarte me enamoraba más y
más... me descubriste cuando tomé el alma del motociclista... cada intento por
encontrar la muerte para mi era poesía, hace más de dieciocho años que soy tu
sombra, ahora no puedo llevarte porque te amo. - Confesó ella.
- No hables más, muerte
de mierda, muerte injusta...llévame porque ya no podré vivir sin ti, el
recuerdo de esta mágica noche de amor será la tortura para mi alma, quiero
morir cada día solo para verte, corta mis venas muerte, mátame muerte, llévame
muerte, asesíname muerte por favor... Después de esta noche moriré de pena de
amor, ¡Lo sé!... Soy tu alma gemela no lo ves... llévame muerte por favor
llévame.-
Dije
sollozante
- Marcos no puedo...
¿Quién lo creería?... la muerte encontró su alma gemela... ¡lo sé!.. soy tu
mitad... jamás imaginé que encontraría mi alma gemela, un alma que me acompañe
eternamente... te mereces algo mejor, de verdad no puedo llevarte.- Dijo ella
- Que mierda me importa,
que Dios se retuerza en el infierno y el diablo en el paraíso, si es por ti
viviré eternamente. – Dije, ella seguía con sus ojos afuera.
- ¡Sí! jamás morirás por
mí mano. -Contestó
Me
acerqué a ella, la abrace con fuerzas,
- ¡Estas frío! -
Exclamó, le besé en el cuello dulcemente y contesté a su oído,
- No deberías distraerte
ni mirar por la ventana al hablar con un suicida.-
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