Eleonora
Hospital
psiquiátrico de la ciudad de Buenos Aires. Viernes 6 de noviembre de 1934.
El oficial de guardia
escuchó los gritos aterradores de un hombre, levantó el teléfono,
- Doctor el paciente
aislado grita otra vez.- Dijo y colgó el tubo.
El oficial y el médico
atravesaron los amplios pasillos hasta llegar al sector de enfermos incurables,
abrieron la puerta, el hombre gritaba arrodillado junto a la ventana con las manos
ensangrentadas y la mirada perdida en el patio del fondo. El doctor se acercó
lentamente puesto que este tenía un trozo de vidrio a un costado,
- ¡Otra vez!.. ¿De dónde
saca usted los vidrios?- Preguntó el doctor.
Desesperado se abrazó a sus
piernas, lloraba ya sin lágrimas.
- Es ella doctor... es
ella... lo juro... - Repitió llorando; lo recostaron en la cama.
- Tranquilícese o voy a
tener que sedarlo, no deja dormir al resto de los pacientes. - Dijo el médico y
cerraron su puerta.
Con las manos vendadas
limpió sus lágrimas, el viento soplaba por entre los vidrios rotos, el hombre
miraba por la ventana hacía el patio del fondo del hospital, el sonido que
producían las ramas secas de los torcidos árboles lo hacía dar sobresaltos en
la cama, temblaba, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se cubrió la cabeza con
la sabana, oyó que la ventana se abría lentamente produciendo un ruido crudo,
después unos pasos que se arrastraban,
- ¡Eleonora déjame en
paz!... - exclamó.
Luego volvió a gritar
perturbando el descanso de todos los pacientes.
Primavera de 1931
Era una tarde cálida, caminaba por las calles de su
barrio de regreso a su casa, el médico le había recomendado que lo hiciera
todos los días por la medicación que tomaba, pero aquella mañana olvido tomar
las dos pastillas, siempre las dejaba sobre la mesa de luz, todos los días
salía a caminar hasta la plaza, alimentaba a las palomas y veía a los niños
jugar, después tomaba un té con limón en el mismo bar siempre frente al
cementerio donde cada día le dejaba una rosa blanca a su padre, y luego
regresaba, de esta forma caminaba las 40
cuadras recomendadas, se detuvo en una esquina porque le falto el aire; pensó
felizmente en Francisco, su esposo; por la noche festejarían su aniversario.
Eleonora sufría graves problemas cardíacos desde la niñez, era muy delgada, tenía
la típica palidez de las personas cuando están enfermas y unas ojeras muy
marcadas, nunca había practicado ningún deporte. Ella y su esposo crearon un
mundo de armonía para cuidar su frágil corazón, con sus pocos treinta y dos
años era dueña de una gran fortuna; heredada al morir su padre, siendo ella una
niña, estaban iniciando los trámites para adoptar un bebé ya que ella no podía
tenerlos.
Agitada y temblorosa, llegó a la puerta de su casa, tomó
las llaves de la cartera pero al notar que la puerta estaba entreabierta se le
cayeron de las manos; se quitó muy despacio los zapatos e ingresó a su hogar,
todo estaba oscuro, por unos segundos se quedó tiesa, luego reaccionó al
escuchar ruidos que provenían de los cuartos de arriba; caminó dos pasos en
dirección a la escalera, dudó en subir, quizás había un intruso en la casa, se
asusto al recordar que su marido ya debía haber llegado y pensó que alguien
podría hacerle daño. Con los pies desnudos subió lentamente los escalones ayudándose
con el apoya manos, su cuerpo no dejaba
de temblar, sus ojos verdes bien abiertos no parpadeaban, al llegar a lo alto
se sobresaltó al ver su imagen en el espejo ubicado al fondo del pasillo; lo
que escuchaba de abajo eran fuertes gemidos que se originaban en su cuarto
matrimonial, con la punta de sus dedos empujó la puerta; parada bajo el umbral
de su puerta los ojos de Eleonora vieron lo que jamás hubiese imaginado,
Francisco estaba teniendo relaciones sexuales con su hermana menor, Clara
sonrió al verla, prosiguieron como si no los hubiera descubierto, Eleonora cayó
de rodillas al suelo, cubrió sus oídos,
- Yo puedo darle hijos. – Decía Clara su hermana.
Los gritos y los golpes de la cama contra la pared
desesperaron a Eleonora, lloraba en el piso destruida, comenzó a arrastrarse
intentando llegar a la mesa de luz donde yacían sus píldoras para el corazón,
en ellas encontraba las ansias de tener un poco más de vida junto a su esposo.
Lo que veía y oía estaba matándola, cuando sus blancas y flacas manos llegaron
al frasco
Clara se lo quitó,
- ¡Muerte de una vez! – Exclamó furiosa.
Eleonora boca arriba vio sus rostros girar en su
cabeza, se reían de ella, quien presionaba su pecho con ambas manos,
- Ayu... ayuden...ayúdenme... – Suplicó Eleonora,
- ¡Lo siento cariño! Pero es mejor así, debes morir. -
Dijo Francisco.
- Tu padre rico debe haberte comprado un lindo
paraíso, no me mires así, solo eres mi media hermana.- Dijo Clara. Eleonora
expiró.
- Esperemos un poco antes de llamar a la ambulancia. –
Fue lo último que escuchó.
La velaron esa misma noche, su cuerpo delgado en el
féretro se asemejaba a una muñeca de porcelana, su madre no se movió de su lado
durante toda la noche, acariciaba su negro cabello; estuvo ahí cuando Francisco
se acercó llorando con un aparente hondo dolor, y dejó sobre sus frías y duras manos,
una cadena con un dije en forma de corazón que llevaba grabada la siguiente
leyenda “Eleonora y Francisco por siempre”;
había sido el último regalo de cumpleaños, después besó sus rígidos labios.
Antes que cerraran el cajón, su madre besó la frente de Eleonora dejando caer
sin darse cuenta, lágrimas sobre el rostro de su hija.
- ¡Mi niña!.. Si alguien causo tu muerte, ¡Eleonora
vuelve a vengarte!- Exclamó a aquel oído muerto.
Dos semanas después del entierro la lluvia no cesaba
ni por un instante, Francisco y Clara se encontraban a escondidas, la idea era
cobrar una parte de la herencia de Eleonora y fugarse juntos; se hallaban en la
cama matrimonial, aquella que semanas atrás había confortado a Eleonora.
-
Solo nos queda
matar a mi madre, creerán que se suicidó, muchas madres se ahorcan después de
la muerte de algún hijo…Eleonora era su hija favorita. - Dijo Clara.
-
Brindemos porque salió todo bien, por la herencia de tu hermana
mi difunta esposa. - Dijo Francisco.
-
¡Sí!... porque la
maldita murió al fin. – contestó Clara felizmente.
Justo en el preciso instante en que las copas
chocaron, el cuerpo enterrado de Eleonora cobró vida, justo en aquel momento,
los ojos se abrieron a la venganza, como si el sonido del cristal la hubiese
resucitado, el odio, el dolor, el deseo absoluto de venganza fueron motivos
suficientes para que Eleonora regresara, sedienta de venganza anhelando su
carne caliente. Desesperada rasguñó el cajón, salió de su tumba, recostada en
el barro la confusión mental la aturdió, con las uñas abrió sus labios, estaban
pegados y cocidos, se arrodilló para leer su lápida,”Amada Esposa. Eleonora Jamás Morirás para mí. 1903-1931” . Se puso de pie,
tenía puesto un largo vestido de gasa que traslucían sus senos ya marchitos, su
hermoso cabello negro ya no eran como la seda, estaba enmarañado y duro por el
barro, su piel casi morada y firme como la roca, su ser solo estaba lleno de
locura y venganza, inclinó la cabeza al cielo, lanzó gritos de horror, y salió
del cementerio.
Caminó el mismo recorrido que hacía todas las tardes
hasta llegar a su hogar, observó un instante la plaza vacía, el viento mecía
tenuemente las hamacas, siguió su camino,
atravesó el portal de su casa, se detuvo de manera melancólica en sus jazmines,
cerró los ojos, veía imágenes de su vida y de su muerte, su casamiento con
Francisco, en una tarde soleada y sus risas casi adolescentes de ese día, aquellos recuerdos vagos se entrelazaban con
el rostro de Clara riéndose de ella. En la puerta principal tomó la llave que escondían
bajo la maceta, recordó cuando su esposo la recibía alzándola y besándola dulcemente, ingresó, todo estaba en
penumbras, caminó a la escalera donde había ropa de Clara, los relámpagos la
iluminaban mientras que subía los escalones con pasos firmes dejando huellas de
barro, se reflejó en el espejo del fondo del pasillo, se observó con añoranza,
se vio como había sido en vida y como estaba ahora, empujó la puerta e ingresó
al cuarto matrimonial.
Parada bajo el umbral de la puerta los miraba, los
amantes se sobresaltaron, estaban semidesnudos recostados en la cama.
- Fue su idea Eleonora... fue él y va a matar a mamá... - gritó Clara al verla
Francisco la empujó, Clara golpeo su nuca en la mesa
de luz, Eleonora se acercó a ella lentamente, se inclinó, ambas se miraron a
los ojos por unos segundos, Eleonora enterró su mano en el pecho de Clara,
arrancó salvajemente su corazón, Francisco se quedó mudo mirando como su difunta
esposa colocaba la cadena en el cuello de su amante, aquella que le había
regalado en su cumpleaños, la que dejó en sus manos cuando estaban velándola “Eleonora y Francisco por siempre”
llevaba grabado. Después se acercó a él balbuceando palabras que él no
comprendía, solo temblaba como una hoja, entonces Eleonora escribió con el
barro de su vestido en el espejo,”Eleonora
Jamás Morirá para Ti” extendió sus manos ensangrentadas para entregarle el
corazón de su hermana, le hizo un gesto para que lo tomara, Francisco tomó el
corazón de Clara, Eleonora lo miró por largos minutos, luego se marchó.
Madrugada, Viernes 6 de noviembre de 1934.
El oficial y el médico volvieron a ingresar al cuarto
de aislamiento, Francisco gritaba en un rincón con un trozo de vidrio en sus
manos recién vendadas, se lo quitaron, tenía el pecho cortado,
- Otra vez escribiendo las paredes, déjela descansar
en paz hombre. - Dijo el medico inyectándole un tranquilizante.
- No... Es ella doctor...no estoy loco.- Dijo
Francisco. Lo cubrieron con una sabana y salieron cerrando con llave.
Francisco miró como las letras en la pared chorreaban
sangre, decía “Eleonora jamás morirá para
ti”. Suspiró, sus ojos comenzaban a
cerrarse por la droga, lo último que vio fue a ella entrando lentamente
por la ventana, Eleonora lo visitó cada noche hasta el día de su muerte cada
vez más putrefacta.
muy interesante realmente, para mas termina en tragedia tiene todo realmente, me gusto.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.Bienvenido.buenas lunas
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ResponderEliminarMuy buen cuento. Me encantó.
ResponderEliminarGracias!!!
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