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domingo, 18 de septiembre de 2022
lunes, 12 de septiembre de 2022
Emily Dickinson La Poeta Recluida y Sus Secretos
Al hablar de Emily Dickinson se nos viene la imagen de
la poeta enclaustrada en su casa, escribiendo prolíficamente y hablando con los
visitantes desde detrás de la puerta de su dormitorio. La historia del encierro
de Emily comienza con razones que siguen sin estar del todo claras, su vida es
un misterio, no hay más que invenciones de sus biógrafos y dichos de familiares
o de sus vecinos. Pero, su mundo interno quizá nadie lo conocería.
Aseguran que gustaba de vestir solo de color blanco y
pasear en el jardín sin compañía alguna al caer la tarde.
Afirman que Benjamin Franklin Newton, quien fuera su
mentor y motivo de afecto marcaría su sensibilidad en cuanto al amor, quien
falleció de tuberculosis pronto y Emily se hundió en una profunda depresión.
Algunas de sus cartas fueron dedicadas a un hombre al
qua apodaba master, pero se desconoce su identidad. La poeta jamás se
casó.
Tras recluirse en su habitación mantuvo pocas
amistades a las que trataba mediante correspondencia.
Sus letras se caracterizaban por el enigma y
una poderosa feminidad, así como un lenguaje emotivo. Emily Dickinson, decidió
recluirse en el hogar paterno de Amherst, Nueva Inglaterra, a partir de los 30
años.
Desde su casa de campo escribió sus poesías y mantuvo
una intensa relación postal con sus amistades. Una de sus dedicaciones
solitarias fueron el cuidado de su jardín y la confección de un herbario, que la
Universidad de Harvard acaba de digitalizar y poner al alcance de todos. Como
vemos Emily es todo un misterio.
Hoy vamos a conocer a Los Secretos de Emily Dickinson
Quien era Emily Dickinson
Emily Elizabeth
Dickinson (Amherst, Massachusetts, 10 de diciembre de 1830 -
Amherst, 15 de mayo de 1886)
Emily Dickinson provenía de una prominente familia
de Nueva Inglaterra. Sus antepasados habían llegado a Estados
Unidos en la primera oleada migratoria puritana y la estricta
religión protestante que profesaban influyó sobre la obra de la
artista. El padre de la poeta, Edward Dickinson, abogado por
la Universidad Yale, fue juez en Amherst, representante en la Cámara de
Diputados de Massachusetts, La esposa de Edward y madre de la poeta fue
Emily Norcross Dickinson (1804–1882), al fin de su vida estuvo postrada y a
cargo de sus hijas. Emily Dickinson tuvo dos hermanos: el mayor, William Austin
Dickinson (1829–1895), generalmente conocido por su segundo nombre, se casó en
1856 con Susan Gilbert, amiga de su hermana Emily, y vivió en la casa de al
lado de su padre. Su hermana menor, Lavinia Norcross Dickinson (1833–1899),
también conocida como Vinnie, fue la que descubrió las obras de Emily tras su
muerte y se convirtió en la primera compiladora y editora de su poesía.
Emily Dickinson nació en tiempos anteriores a
la Guerra de Secesión, en donde fuertes corrientes ideológicas y políticas
chocaban en la sociedad de clase media-alta estadounidense.
Incluso los hogares más acomodados carecían de agua
caliente y de baños dentro de la casa, y las tareas hogareñas representaban una
carga enorme para las mujeres; aunque por la buena posición económica, la
familia Dickinson disponía de una sirvienta irlandesa.
Emily Dickinson nació en el hogar de sus padres el 10
de diciembre de 1830, dos años después de que sus padres contrajeran
matrimonio. Muy apegada a los ideales y conceptos puritanos, tardó muchos años
en comenzar a rebelarse, aunque nunca de forma completa.
Emily prácticamente no recordaba a sus abuelos ni a
sus tíos, a pesar de ello, de niña tuvo mucha relación con dos pequeñas primas
huérfanas, a las cuales ayudó a educar e incluso, a una de ellas, Clara Newman,
le llegó a leer en secreto algunos de sus poemas.
Es imposible reconstruir de forma completa la infancia
de la poeta, son escasos y fragmentarios los datos que poseen los
investigadores. Se conoce que el hermano mayor de Emily, William Austin
Dickinson, un año y medio mayor que ella, nació el 16 de abril de 1829. Él se
educó en el Amherst College y se convirtió, al igual que su padre, en abogado
al graduarse de la Universidad Harvard.
Austin Dickinson se casó en 1856 con Susan
Huntington Gilbert, excompañera de estudios de Emily en la Academia de Amherst,
quien parece haber cumplido un importante papel en la vida emocional de la
escritora. Susan Gilbert, al mudarse con Austin a la casa contigua a donde
vivía Emily, se convirtió en amiga, amante y confidente de la poeta, y consta
por la correspondencia mantenida que su cuñada fue la segunda persona a quien
le mostró sus poemas. Incluso se atrevió a sugerirle a Emily algunos cambios y
retoques que no fueron realizados jamás. se ha propuesto que Susan fue la destinataria
de cerca de trescientos de los poemas de amor de Dickinson y, que este amor era
correspondido.
Lavinia Dickinson, su hermana menor, nacida el 28 de
febrero de 1833, fue su compañera y amiga hasta el fin de su vida. Las pocas
confidencias íntimas que se conocen de Emily provienen de Lavinia. Vinnie sentía una profunda adoración por su hermana y por su talento poético; respetó
hasta la muerte de Emily la decisión de mantener ocultas sus obras, y también
protegió su vida privada todo lo que pudo, creando y manteniendo el ambiente de
calma, aislamiento y soledad que Emily necesitaba para dar forma a su gran
producción poética. La fe de Lavinia en las obras de su hermana, permitió su
protección para la posteridad, hasta su primera publicación póstuma. La
devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al biógrafo de
Emily, George Frisbie Whicher, y al mundo que la poeta lírica más
memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato.
La Academia de Amherst era sólo para varones, a pesar
de ello, en 1838 se abrió por primera vez la inscripción de niñas y en 1840,
Edward Dickinson y su esposa inscribieron a Emily.
A pesar de su humildad escribió: Fui a la escuela, pero no tuve instrucción. La educación de Emily en la academia fue sólida y completa. Allí aprendió literatura, religión, historia, matemáticas, geología y biología.
El punto más flojo de la educación de Dickinson fueron
sin duda las matemáticas, para las cuales no tenía facilidad y no le gustaban.
Su talento narrativo hizo que escribiera las composiciones de sus compañeras
que, en retribución, le hacían las tareas
de álgebra y geometría.
De este período se conserva una carta a su amiga Jane
Humphrey, escrita a los once años de edad, que muestra un estilo académico y
risueño:
«Hoy es miércoles, y ha habido clase de oratoria. Un
joven leyó una composición cuyo tema era "Pensar dos veces antes de
hablar". Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido, y le
dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir».
Emily estudiaba
piano con su tía, tenía canto los domingos y también jardinería, floricultura y
horticultura; estas últimas pasiones no la abandonarían hasta el fin de su
vida.
La educación de Emily Dickinson fue, por tanto, mucho
más profunda y sólida que las de las demás mujeres de su tiempo y lugar, en
ocasiones la muchacha, cuya salud no era muy buena, se sentía saturada y sobre
exigida.
El Seminario para Señoritas Mary Lyon de Mount
Holyoke también recibió a Emily Dickinson para ayudar a su formación religiosa
y completar su educación superior. En 1847, la jovencita abandonó el hogar
familiar por primera vez para estudiar en dicho seminario.
Dickinson, con apenas dieciséis años, era una de las
más jóvenes de entre las 235 estudiantes de Mount Holyoke, las cuales eran
custodiadas por un selecto grupo de jóvenes maestras de entre veinte y treinta
años de edad. La adolescente superó sin problemas los estrictos exámenes de
admisión y se mostró muy satisfecha por la educación que se impartía en el
seminario.
Allí intentaron que Emily se volcara de lleno en la
religión para dedicarse a misionar en el extranjero, pero tras un profundo
examen de conciencia Dickinson encontró que aquello no le interesaba y se negó,
quedando inscrita en el grupo de setenta alumnas a las que se consideró, no
convertidas.
A pesar de ello, Emily y su portentosa imaginación
eran muy populares en el seminario. Una condiscípula escribió que «Emily
siempre estaba rodeada en los recreos por un grupo de niñas ansiosas de
escuchar sus relatos extraños y enormemente divertidos, siempre inventados en
el momento».
En la primavera Emily enfermó y ya no pudo permanecer
en el seminario. Edward Dickinson envió a Austin a buscarla y traerla de
regreso. Después de esta segunda experiencia académica de su vida, Emily
Dickinson ya no volvió a estudiar nunca más.
La vida privada de Emily Dickinson ha permanecido
siempre velada al público, pero solo hace falta echar una mirada a sus poemas
para descubrir en ellos una coherencia, pasión e intensidad extraordinarias. La
mayor parte de sus obras se ocupan de su amor hacia alguien, un hombre o una
mujer, cuyo nombre jamás es mencionado, y con quien no podía casarse.
Lamentablemente, como la poesía de Emily fue publicada
en un orden completamente arbitrario, no se puede distinguir hoy en día ninguna
secuencia cronológica concreta, lo que destruye la posible progresión dramática
que narraría la sucesión de emociones que sintió hacia esta persona
desconocida, sin duda, una capital de importancia en la vida de la artista y
que pudo tener influencia, incluso, en su decisión de autor recluirse
Objeto de numerosas habladurías durante su vida y de
muchas más después de su muerte, la vida emocional e íntima de Emily espera aún
a ser revelada por los investigadores y estudiosos. La posible exageración de
su vida la contradice la propia poeta al escribir: Mi vida ha sido demasiado
sencilla y austera como para molestar a nadie, aunque tal vez esta frase sólo
se refiera a los hechos de su vida y no a sus sentimientos profundos.
Ya entre 1850 y 1880, circulaban
por Massachusetts numerosos rumores acerca de los amores de la hija
del juez Dickinson y, después de la publicación de su primer libro de poemas,
cundieron las habladurías acerca de su desdichada historia de amor.
Las teorías populares o académicas pueden dividirse en
dos grupos, el amor con un joven a quien Edward Dickinson le prohibió seguir
viendo o la relación con un pastor protestante casado que huyó a una ciudad
distante a fin de no sucumbir a la tentación. Ambas, aún sin poder ser
comprobadas, tienen un pequeño trasfondo de verdad histórica. Tampoco se debe
descartar la hipótesis que sostienen algunos biógrafos más actuales, según la
cual Emily estuvo profundamente enamorada de su consejera, amiga y cuñada, la
esposa de su hermano mayor, quien vivía junto a su casa.
Más fructífera fue la relación de amistad «profunda y
confidente» con su cuñada Susan Huntington. Ella fue una de las pocas personas
a quienes Emily le compartió sus poemas y en la actualidad, se cree que fue la
verdadera inspiración amorosa de al menos varias centenas de ellos.
Benjamin F. Newton causó tan profunda impresión
en la poeta que, no bien lo hubo conocido, escribió a su amiga, vecina y futura
cuñada Susan Gilbert una carta fechada en 1848 donde le dice: «He encontrado un
nuevo y hermoso amigo».
Newton permaneció dos años con los Dickinson y, por
los motivos que fuesen, incluida una supuesta prohibición de Edward para que
siguiera frecuentando a su hija, abandonó Amherst a finales de 1849
para nunca más regresar.
De vuelta en su ciudad natal se dedicó al derecho y al
comercio, en 1851 se casó con Sarah Warner Rugg, 12 años mayor que él. Para
estos tiempos Newton estaba ya gravemente enfermo de tuberculosis,
dolencia que lo llevó a la muerte el 24 de marzo de 1853, a los 33 años de
edad, diez meses antes de que Emily escribiese al pastor Hale preguntando por
sus últimos momentos.
El encanto que Newton provocó en Emily Dickinson fue
de la mano de la literatura,
Newton, en cambio, obsequió a Emily un ejemplar de los Poemas de Emerson y
le escribió apasionadas cartas donde, en forma velada, intentaba prepararla
para su muerte inminente. Dice Emily a Thomas Higginson, hablando de una
carta que había recibido de Newton: Su carta no me emborrachó, porque ya estoy
acostumbrada al ron. Me dijo que le gustaría vivir hasta que yo fuese una
poetisa, pero que la muerte tenía una potencia mayor que la que yo podía
manejar». Otra carta al «Maestro» dice que «mi primer amigo me escribió la
semana anterior a su muerte: “Si vivo, iré a Amherst a verte; si muero,
ciertamente lo haré”. Veintitrés años más tarde, Emily Dickinson aún seguía
citando de memoria las palabras de estas últimas cartas de su amigo de la
juventud.
Los motivos de la vuelta de Newton a Worcester no
están claros, pero el repudio de Edward Dickinson a un posible romance no es
una causa improbable. Newton era pobre, progresista y tenía tuberculosis en la
fase terminal. No era, a buen seguro, la clase de partido que el juez de
Amherst deseaba para su adorada hija, y menos aún una buena influencia a los
ojos del puritano padre.
Mientras Emily luchaba con la elaboración del duelo
que había desatado en ella la muerte de Newton, conoció
en Filadelfia en mayo de 1854 al reverendo Charles Wadsworth, a la sazón
pastor de la Iglesia Presbiteriana de Arch Street. Wadsworth tenía 40
años y estaba felizmente casado, pero igualmente causó una profunda impresión
en la joven poeta de 23: Él fue el átomo a quien preferí entre toda la arcilla
de que están hechos los hombres; él era una oscura joya, nacida de las aguas
tormentosas y extraviada en alguna cresta baja. Tras las muertes de Newton y
Wadsworth, la vida de Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino
para evitar la muerte, según su principal biógrafo ya mencionado, consistió en
la poesía. Recrudeció entonces la tenaz negativa a la publicación de sus poemas
y comenzó a dejar de salir de la casa de su padre, y con frecuencia, siquiera
de su propia habitación.
La negativa a publicar, aunque la actitud de Dickinson
tuviese paralelos históricos como por ejemplo Franz Kafka, no deja de ser
una anormalidad que merece ser mejor estudiada en el futuro.
Si bien, como se ha dicho, Emily no se oponía a que la
gente leyese sus poemas, le leía algunos a su prima Clara Newman y escribía
otros para su cuñada Susan Gilbert; sin embargo, no dejaba
que cualquiera los leyera. Aparte de los mencionados miembros de su
familia, todas las demás personas que leyeron sus trabajos cuando la poeta
seguía con vida, eran profesionales de la literatura: escritores, críticos,
profesores o editores, y pueden contarse con los dedos de una mano.
El encierro y el aislamiento autoimpuestos de Emily
Dickinson no fueron súbitos ni anormales, al comienzo. Desde su alejamiento del
seminario hasta su muerte, Emily vivió tranquilamente en la casa de su padre,
lo que no era raro para las mujeres de su clase. Su hermana Lavinia y su cuñada
Susan Gilbert, por ejemplo, siguieron caminos idénticos.
Entre sus veinte y treinta años, Emily iba a la iglesia,
hacía las compras y se comportaba perfectamente en todos los aspectos. Daba
largos paseos con su perro «Carlo» e incluso concurría a las exposiciones y a
las funciones benéficas, lo que se demuestra porque las instituciones aún
conservan en sus archivos sus tarjetas de visita. La familia de Holland la
visitó en 1861, y la recuerdan «con un vestido marrón, una capa más oscura y
una sombrilla del mismo color». A finales de ese año, la poetisa comenzó a
rehuir las visitas y las salidas, y empezó a vestirse exclusivamente de blanco,
extraña costumbre que la acompañaría durante el cuarto de siglo que aún le
quedaba de vida.
Para 1862 se la veía ya muy poco por la población. En
1864 viajó a Boston para visitar a un oculista y repitió el
periplo al año siguiente, período en que se alojó en casa de unas primas
en Cambridgeport. Nunca volvió a viajar y faltó a la cita que el médico le
había concertado para 1866.
En 1870, a pesar de los ruegos de Higginson para que
saliera, la decisión de encerrarse era ya definitiva: No salgo de las tierras
de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa, ni me muevo del pueblo. Esta
exageración de la vida privada se había convertido, para esa época, en una
especie de fobia o morbosa aversión a la gente.
En los últimos quince años de su vida, nadie en
Amherst volvió a verla, excepto que algún paseante ocasional vislumbrara su
figura vestida de blanco paseando por el jardín de los Dickinson en los
atardeceres de verano. A veces se escondía en el vano de la escalera de la casa
de su padre, entre las sombras, y sorprendía a los asistentes en una cena o una
reunión con una interjección o un comentario expresados en voz baja.
Sus cartas de ese período demuestran que algo anormal
sucedía con la portentosa escritora: He tenido un extraño invierno: no me
sentía bien, y ya sabes que marzo me aturde», carta escrita a Louise Norcross.
En otra nota se disculpa por no haber concurrido a una cena a la que estaba
invitada y dice: Las noches se hicieron calientes y tuve que cerrar las
ventanas para que no entrara el coco. Tuve también que cerrar la puerta de
calle para que no se abriera sola en la madrugada y tuve que dejar prendida la
luz de gas para ver el peligro y poderlo distinguir. Tenía el cerebro
confundido, aún no he podido ordenarlo y la vieja espina aún me lastima el
corazón; fue por eso por lo que no pude ir a visitarte.
Durante los tres últimos años de su vida no salió ni
siquiera de su habitación, ni aun para recibir a Samuel Bowles, el cual nunca
había dejado de visitarla. El anciano se paraba en la entrada y la llamaba a
gritos por la escalera, diciéndole «pícara» y agregando una palabrota cariñosa.
Nunca tuvo éxito en su intento de verla o de cambiar una palabra con ella.
Cuando la primera esposa de Higginson murió en 1874,
la poeta le envió esta frase: La soledad es nueva para usted, Maestro:
permítame conducirlo.
No obstante, sus poemas y sus cartas demuestran que es
falsa la apariencia de monotonía y enfermedad mental que erróneamente muchos
atribuyen a estos últimos años de la artista. Las misivas de esta época son
poemas en prosa: una o dos palabras por renglón y, una actitud vital atenta y
brillante que encantaba a los destinatarios: «Mamá fue de paseo, y volvió con
una flor sobre su chal, para que supiéramos que la nieve se había ido.
A Noé le hubiese gustado mi madre... La gata tuvo gatitos en el tonel
de virutas, y papá camina como Cromwell cuando se apasiona».
Disfrutaba de la visión de los niños que jugaban en el
terreno lindero (Me parecen una nación de felpa o una raza de plumón) y
trabajar de rodillas en sus flores.
Cuando murió su sobrino menor, último hijo de Austin
Dickinson y Susan Gilbert, el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se
quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por
el mal de Bright. A principios de 1886 escribió a sus primas su última
carta: Me llaman.
Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte
el 15 de mayo de 1886.
El hallazgo
Poco después de la muerte de la poetisa, su hermana
Vinnie descubrió ocultos en su habitación 40 volúmenes encuadernados a mano,
los cuales contenían la parte sustancial de la obra de Emily, más de 800 poemas
nunca publicados ni vistos por nadie. Las poesías que insertaba en sus cartas
constituyen el resto de su obra, la mayoría de las cuales pertenecen a los
descendientes de sus destinatarios y no se hallan a disposición del público.
Reconocida en el mundo como uno de los poetas
fundamentales estadounidenses, Emily Dickinson se caracterizaba por
ser una prolífica escritora en la intimidad de su hogar, durante su vida
no se llegaron a publicar ni 12 de sus casi mil 800 poemas.
Entre ese acervo, que con el paso de los años se fue
desvelando, destacan las cartas que enviaba con gran frecuencia a su
cuñada Susan Gilbert.
La hermana menor de Emily, Lavinia Norcross fue quien
descubrió las obras de la poetisa y, tras la muerte de la artista, se convirtió
en la primera compiladora y editora de su poesía.
Lavinia jugó un papel vital en la vida de Emily, fue
su confidente y protectora hasta el último día de su vida; la escritora no era
partidaria de compartir sus textos con el mundo y su vida privada
permanecía en total resguardo, pero la mayor parte de sus obras hablan de un
amor pleno hacia alguien, un hombre o una mujer cuyo nombre no menciona y
con quien dice, jamás podría casarse.
Excompañera de estudios de Emily en la Academia de
Amherst, Susan se convirtió en amiga y confidente de la poeta, prueba de ello,
es la correspondencia que mantenía frecuentemente con quien posteriormente se
convertiría en su cuñada.
La relación entre Emily y Susan era tan fuerte que, al
menos, cerca de 300 poemas de amor de Dickinson iban dirigidos a
Gilbert y ese amor era correspondido.
Cartas
Están limpiando la casa hoy, Susie, y he hecho un
rápido bosquejo de mi cuarto, donde con afecto, y contigo, yo pasaré esta mi
hora preciosa, la más preciosa de todas las horas que marcan los días al vuelo,
y el día tan querido, que por él cambiaría todo, y tan pronto como pase,
suspiraré otra vez por él. No puedo creer, Susie querida, que casi he
permanecido sin tí un año entero; el tiempo parece a veces corto, y mi recuerdo
de ti caliente como si te hubieras ido ayer, y otras veces si los años y los
años recorrieran su camino silencioso, el tiempo parecería menos largo. Y ahora
como pronto te tendré, te sostendré en mis brazos; perdonarás las lágrimas,
Susie, acuden tan felices que no está en mi corazón reprenderlas y enviarlas a
casa.
No sé por qué es -pero hay algo en tu nombre, ahora
estás tomando de mí, que llena mi corazón por completo, y mi ojo, también. No
es que mencionarlo me aflija, no, Susie, pero pienso en cada «sitio soleado»
donde nos hemos sentado juntos, y no sea que no haya no más; conjeturo que ese
recuerdo me hace llorar. Mattie estuvo aquí la tarde pasada, y nos sentamos en
la piedra de la puerta delantera, y hablamos de vida y de amor, y susurramos
nuestras suposiciones infantiles sobre tales cosas dichosas – la tarde se fue
tan pronto, y caminé a casa con Mattie debajo de la luna silenciosa, y sólo
faltabas tú, y el cielo. Tú no viniste, querida, pero un poquito de cielo sí, o
eso nos pareció a, pues caminamos de un lado a otro y nos preguntábamos si esa
gran bendición que puede ser nuestra alguna vez, se concederá ahora, a alguno.
¡Esas uniones, mi Susie querida, por las cuales dos vidas son una, esta
adopción dulce y extraña en donde podemos mirar, y todavía no se admite, cómo
puede llenar el corazón, y hacerlos en pandilla latir violentamente, cómo nos
tomará un día, y nos hará suyos, y no existiremos lejos de él, sino que
quedaremos quietas y seremos felices!
Cuatro meses antes de su vigésimo cumpleaños,
Emily Dickinson (10 de diciembre de 1830 – 15 de mayo de 1886) conoció a la
mujer que sería su musa durante el resto de sus días, su “única mujer en el
mundo”. Susan Gilbert se había establecido en Amherst, para estar cerca de su
hermana tras graduarse de la Academia Femenina de Utica. Una de las pocas
instituciones con rigor académico disponible para mujeres en aquel entonces.
Susan se coló en la vida de Emily en el verano de
1850, hecho que más tarde sería descrito por la poeta como la época en que “comenzó
el amor por primera vez, en el escalón de la puerta principal y debajo de los
árboles de hoja perenne”. Pero Emily no fue la única persona hechizada con el
encanto de Susan, Austin Dickinson y hermano de la poeta, también quedó
cautivado por su temprana erudición. Pero esto no impidió que Emily y Susan
desarrollaran una apasionada amistad.
Las cartas de Emily Dickinson a Susie
Durante los próximos diecisiete meses un remolino de
emociones se apoderó de Emily, que logró formar un íntimo vínculo con Susan.
Las dos jóvenes pasaron largas horas juntas, dando paseos por el bosque y su
amistad perduraría a lo largo de todas sus vidas. “Somos los únicos poetas”,
dijo Emily a Susan, “y todos los demás son prosa”.
A principios de 1852, la poeta había caído en la
espirar sin salida del enamoramiento más allá de las palabras. Y se lanzó con
una línea hacia su amiga:
“Ven conmigo esta mañana a la iglesia dentro de
nuestros corazones, donde las campanas siempre suenan y el predicador cuyo
nombre es Amor, ¡intercederá por nosotras!”.
Pero como en todo estrecho vínculo, las desavenencias
llegaron sin aviso previo cuando Susan aceptó un puesto de diez meses como
profesora de matemáticas en Baltimore. Dickinson estaba devastada con semejante
separación, pero esta fue la ocasión perfecta para declarar el amor a Susan a
través de sus cartas, que más tarde se volverían emblemáticas por la apasionada
poesía contenida en ellas.
…menos de ira y más de tristeza
En una carta de comienzos de primavera de 1852 y tras
trascurrir ocho meses desde la separación, Emily escribió una carta reveladora
de su conflicto interior:
¿Serás amable conmigo, Susie? Me siento traviesa y
enfadada esta mañana, y aquí nadie me ama; ni siquiera tú me amarías si me
vieras fruncir el ceño y oyeras lo fuerte que se golpea la puerta cada vez que
paso. Y, sin embargo, no es ira, no creo que lo sea, porque cuando nadie ve, me
limpio las lágrimas grandes con la esquina de mi delantal y luego sigo
trabajando. Lágrimas amargas, Susie, tan calientes que me queman las mejillas,
y casi me incendian los ojos, pero has llorado mucho, y sabes que son menos de
ira y más de tristeza.
Tu preciosa carta, Susie, está aquí ahora, y sonríe
tan amablemente hacia mí. Y me da tan dulces pensamientos sobre su querida
autora. Cuando vuelvas a casa, cariño, no recibiré tus cartas, ¿de acuerdo?
Pero te tendré a ti, que es más… ¡Oh, más y mejor de lo que puedo pensar! Me
siento aquí con mi pequeño látigo, rompiendo el tiempo, hasta que no queda una
hora, ¡entonces estás aquí! Y la alegría está aquí, ¡alegría ahora y para
siempre!
Meses más tarde y al expectante regreso de Susan a
casa, Emily vivió una montaña rusa de emociones. Con su amor tan intenso e
intrincado, debatiéndose entre el dolor de la separación, el regocijo del
reencuentro y la incertidumbre. A días del regreso de su íntima, Emily
Dickinson dejó plasmado en sus cartas: “Susie, ¿de verdad volverás a casa
el próximo sábado y volverás a ser mía y me besarás como solías hacerlo? Te
espero tanto, y me siento tan ansiosa por ti, siento que no puedo esperar. La
expectativa de volver a ver tu cara me hace sentir caliente y febril, y mi
corazón late tan rápido. Me voy a dormir por la noche, y lo primero que sé es
que estoy sentada allí, despierta y abrazada apretando las manos y pensando en
el próximo sábado. Vaya, Susie, me parece que mi Amante ausente llegaría a casa
tan pronto, y mi corazón debe estar muy ocupado preparándose para él”.
Dickinson reasignaría frecuentemente y deliberadamente
pronombres de género, tanto para ella como para sus seres amados. A lo largo de
su vida, a menudo firmaba sus cartas refiriéndose a sí misma como él: niño,
príncipe, conde o duque desafiando la cruda heteronormatividad impuesta
en aquel entonces.
Pero la historia de amor entre Emily y Susan se entrelaza,
la base del triángulo la comparten Emily y Austin Dickinson. Susan terminó
casándose con el hermano de la poeta y aunque en repetidas ocasiones este
ocultó la correspondencia de su hermana, las cartas entre ellas continuaron. En
ellas se revela la historia poco común del amor entre dos mujeres que
exploraron a fondo los esplendores y las tristezas de su vínculo. Gracias a la
cual, Dickinson transformó sus más grandes anhelos en una revolución creativa
que transformaría la poesía para siempre.
martes, 1 de febrero de 2022
Cuentos Góticos de Mary Shelley
Durante el siglo XIX, Mary Shelley comenzó a ser vista
como autora de una única novela, Frankenstein, incluso se llegó a poner en
duda su autoría, intentado adjudicarlo a su esposo Percy, en realidad era una
escritora profesional, la mayor parte de sus obras permanecieron sin ser
publicadas durante mucho tiempo, esto impidió tener un conocimiento de sus
logros. Sus hábitos de lectura y estudios intensivos, revelados en sus diarios
y cartas y reflejados en sus trabajos, son actualmente mejor apreciados. Hoy
vamos hablar de sus maravillosos cuentos gótico,
en los que se aprecian las pasiones profundas y también un sentido oscuro de la
existencia.
Mary Godwin,
más conocida como Mary Shelley, llevó una vida muy liberal y contraria a la
estricta moral de su época.
Con 17 año Mary
quedó embarazada de Percy Bysshe Shelley, un hombre casado. Ambos se fugaron
junto con Claire Clairmont, la hermanastra adolescente de Mary, sufre la perdida no solo de su
madre quien al traerla al mundo muere, sino de sus dos hijos y luego de su
marido, la muerte al parecer la seguía de cerca. Mary era menuda y, frágil,
tenía una palidez que muchos la adjudicaban de poco saludable.
Su mirada revelaba inteligencia y era
muy penetrante tanto que según cuentan atemorizó a Washington Irving, autor de la leyenda del jinete sin cabeza y
a muchos otros que intentaron acercársele. No era una viuda como correspondía a
su época, Mary tenía varios romances,
había mantenido una cálida relación con el escritor francés Prosper Mérimée,
quien la cuidó de una forma galante y cortés mientras sufrió de una peste en
París. Durante su vida, Mary Shelley fue tomada en serio como escritora, pese a
que los críticos habitualmente no apreciaban los rasgos políticos presentes en
sus obras. A su muerte, sin embargo, fue principalmente recordada como la
esposa de Percy Bysshe Shelley y la autora de Frankenstein Se la despreciaba, se la culpa de la muerte de su
marido, y por último se la esquivaba miserablemente. Su carrera literaria la
transformó en una figura sombría, algo que desgraciadamente le servía para
vender sus escritos. Toda su producción literaria posterior se ensombrece por
una sola creación, pero todas formas orgullosas, firma sus libros como “Del
mismo autor de Frankenstein”. Sin lugar a dudas Mary era una adelantada para su
época.
Era Hija de William Godwin, autor de Las cosas como son,
novela gótica oscura y con elementos anarquistas, y de Mary Wollstonecraft,
feminista autora de la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) la más ardiente defensa de la educación de las facultades femeninas en
aquella época, Mary se vio desde pequeña estimulada de forma intelectual por su padre, se
refugiaba en la biblioteca de su padre y leía compulsivamente. Su soledad logró
una sensibilidad increíble que envolvería toda su vida. Siendo una niña se
evadía en el cementerio de Saint Pancras, donde fue enterrada su progenitora.
Sobre su tumba aprendió a leer. Su padre solía acompañarla junto a su
hermanastra Fanny y practicaban lectura sobre las lápidas. Todo esto contribuyó a estimular su imaginación y a
reforzar su inclinación por la ensoñación: mis sueños me pertenecían por
completo; eran mi refugio cuando estaba aburrida, mi mayor placer cuando me
encontraba bien», escribió en su introducción a la edición de 1831 de Frankenstein
Durante los años que vivió en Inglaterra, Mary Shelley había escrito todo tipo de obras: novela histórica, diarios de viaje, bibliografías, historias cortas de géneros variados y ensayos. Al mismo tiempo se dedicó a traducir y editar obras de otros autores como Lord Byron y a promocionar las que había escrito su marido, con más éxito del que él mismo había tenido en vida, irónicamente, disminuyendo el suyo propio como resultado. Aunque en vida fue una escritora conocida, tras su muerte solo uno de sus libros permanecería en la memoria colectiva: Frankenstein, la historia en la que había volcado sus propios monstruos en ese verano lluvioso de 1816. Mary Shelley, además de la escritora que creó al monstruo y al doctor, también fue quien estuvo en el centro mismo del gótico. Su figura, su genio y su legado no deben ser olvidados, y mucho menos opacados por la novela que inmortalizó su nombre y lo llevó a lo más alto. Mary Shelley murió, a la edad de 53 años, en 1851, y enterrada en el cementerio de san Pedro, en Bournemouth.
Hablemos de los cuentos góticos de
Mary Shelley que no apuntaban a presencias espirituales u horrores
provenientes del Más Allá, sino más bien, misteriosos temores de nuestra propia
naturaleza que destruyen los límites del mismo intelecto, asomándonos a mundos
apenas imaginados. Todos los protagonistas de estos cuentos son nobles de linaje
italiana y napolitana dominados por las más intensas pasiones y que provocan
situaciones oscuras y en algún caso sobrenaturales.
En sus narraciones abundan los ambientes ruinosos y los personajes dominados por las más violentas pasiones, deja en claro, la herencia cultural de su tiempo. Los Cuentos góticos de Shelley, se dividen en dos grupos, por un lado, están los cuentos sobre resurrecciones y su relación con el tiempo, tales como “Roger Dodsworth (el inglés reanimado)”, “Valerio (el romano reanimado)” y en menor medida “El mortal inmortal”. El “primer grupo”, como bien se puede intuir, tiene que ver con la obsesión de la autora con respecto a la prolongación de la vida y los riesgos que conlleva.En el otro grupo, están los cuentos puramente románticos y góticos: “Ferdinando Eboli”, “Historia de Pasiones”, “La transformación”, “El sueño” y “El heredero de Mondolfo”. “El mortal inmortal”, obra con la cual comienza el volumen, es quizás uno de sus cuentos más conocidos.En El mortal inmortal, 1833), un elixir de la inmortalidad es lo que llevará al protagonista de la historia a presenciar cómo su amada envejece junto a él consumida por los celos: él siempre joven, ella sufriendo el paso de los años. El amor se corrompe con el tiempo y la muerte se convierte en el mayor de los anhelos, en la única manera de escapar de un destino infausto.
El mortal inmortal (The
Mortal Immortal) publicado originalmente en la edición de diciembre de 1833 de
la revista literaria The Keepsake, y luego reeditado en la antología de 1891:
Cuentos e historias (Tales and Stories).
El mortal inmortal, es uno de los mejores relatos de Mary Shelley.
regresa sobre uno de los temas esenciales en su obra: la
inmortalidad, y en especial el dilema ético y moral que supone prolongar la
vida humana por fuera de los límites naturales; algo que sostiene el argumento
de Frankenstein.
El argumento de El mortal inmortal relata la historia de un hombre llamado
Winzy, quien bebe un misterioso brebaje preparado por su mentor, Cornelio
Agrippa. Se trata de un elixir de la inmortalidad, la fuente de la vida eterna,
fabricada a partir de la alquimia. El mortal inmortal está narrado por el
propio Winzy, casi trescientos veintitrés años desde que bebió aquel elixir de
la vida eterna.
Hay una gran cantidad de emociones en muy pocas páginas. un relato corto de Mary Shelley que me gustó mucho ya que tiene el mismo estilo que «Frankenstein» (uno de mis libros favoritos). Una vez más, la escritora hace una crítica a la ciencia, al hombre que se cree dios y que quiere desafiar las leyes de la naturaleza. Me sorprendió gratamente que Cornelius Agrippa, un nombre que ya había leído en Frankenstein, como uno de los científicos que Victor Frankenstein admiraba, haya aparecido en este cuento, ya que me hizo sentir que ambas historias tenían una conexión.
En Mary Shelley comprobamos cómo este romanticismo naciente está teñido de un gótico macabro. Aunque la historia de amor puede pecar en algún momento de sentimental en exceso, conviene no olvidar que las últimas páginas del relato están dedicadas a presentar el suicidio como una solución al dolor que provoca la misma existencia, una vida sin sentido por carecer de final. La pócima de la inmortalidad es fruto de la ciencia, pese a que el alquimista que la crea es para todos poco menos que un brujo aliado con el demonio. Pero Mary Shelley se ríe de esto e incide en cómo el milagro es siempre hijo del hombre. Tal que en Frankenstein.
Roger Dodsworth (el inglés reanimado) (Roger Dodsworth: The Reanimated Englishman, 1826), más que un relato en sí se trata más bien de una diatriba ensayística a costa del descubrimiento de un hombre enterrado vivo en los hielos que retorna a la vida doscientos años después. ¿Qué recuerdos y vivencias nos traerá del pasado? ¿Cómo enfrentará su nueva existencia ante cosas para nosotros normales, pero para él sorprendentes, casi mágicas? ¿Qué pensará de la Inglaterra actual? Mary Shelley va más lejos llegando incluso a divagar sobre la reencarnación. el conjunto resulta de muy corto alcance filosófico, simpático pero tal vez algo intrascendente. Eso sí, Mary se permite una inteligente broma final que algunos autores de ciencia ficción, siglo y medio después, retomarían para sí. Muy semejante en planteamiento, pero de un tono más melancólico, es Valerio (el romano reanimado) (Valerius: The Reanimated Roman, 1976). Bajo la excusa de la vuelta a la vida de un romano en la época actual (como en el caso anterior, sobra decir que esta época es la de la autora), Mary Shelley no hace sino escribir una carta de amor a la belleza que aún persiste en la inmortal Roma. Ferdinando Eboli (Ferdinando Eboli: A Tale, 1828), un relato de ambientación italiana como casi todos los de esta antología (Mary pasó muchos años de su vida en este fascinante país), tiene claras rémoras góticas en la figura de una joven acosada sin piedad por el malvado rufián de turno. Es una lástima que la idea del doble maléfico que preside la historia no tenga un origen sobrenatural porque esto le hubiera dado un empaque prodigioso muy de agradecer. Escrito como si de una narración oral se tratase, queda en eso: más un relato melodramático típico que esa historia fantástica y extraña que en algunos momentos parece ser.
Historia de pasiones (A Tale of Passions, or, the Death of Despina, 1822) es un ejemplo claro de narración histórica medieval de marcado carácter gótico, pero las pasiones exacerbadas que muestran sus protagonistas ya lo acercan al romanticismo que estaba por llegar. Quizá el problema aquí sea que la misma realidad histórica constriñe en demasía la imaginación de la autora. El sueño (The Dream, A Tale, 1832) tampoco es un relato brillante, siendo aquí el freno una leyenda ancestral repleta de imágenes devotas y sacrificios sin fin. Su entramado es gótico desatado, así como en el relato El heredero de Mondolfo (The Heir of Mondolfo, 1877), que es el que más muestra su condición de gótico en su estado más puro: ambientación medieval, noble malvadísimo que persigue y acosa a inocentes enamorados, amores puros y virginales, pasiones llevadas al extremo, ruinas, mazmorras, escapadas y persecuciones, tradiciones familiares que pesan cual lápidas, hijos repudiados… En fin, todo un festival del género que puede considerarse modélico en su representación del gótico en la vertiente no fantástica ni espectral. Lo más destacable en él es la fuerza descriptiva de la naturaleza, de los campos y montañas italianos, como marco que refleja siempre el estado emocional de los protagonistas. Pero en conjunto es demasiado convencional.
La
transformación (Transformation,
1830), un excelente relato sobre pactos diabólicos. La gran carga moral de la
historia da peso a los errores del protagonista, no supone una rémora, sino que
ayuda a dar profundidad a los pensamientos de ese joven al cual el orgullo y
los vicios han alejado de la senda del bien. Los arrebatos amorosos son los
propios ya del romanticismo: exacerbación absoluta de las pasiones y la visión
de la enamorada como un ángel de pureza y bondad. Mary Shelley muestra su
genialidad en especial en el momento en el que Guido, nuestro torturado
protagonista, se enfrenta a su “demonio”: la naturaleza se transforma en un
paisaje irreal, una visión infernal y delirante. La visita a los infiernos ya
no es solo mental: se traslada y contamina el mundo real. Y es en estas páginas
donde reencontramos a esa escritora sublime, genial y fantástica
"No deseo que las mujeres
tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí
mismas"
Mary Shelley
lunes, 31 de enero de 2022
sábado, 22 de enero de 2022
La Leyenda de Krampus El Demonio de Navidad
Hoy les traigo la leyenda más aterradora de navidad y es la del demonio Krampus, una siniestra leyenda olvidada de Navidad.
Durante la víspera de navidad, cada año en la noche del 5 al 6 de diciembre, desciende de las montañas para cumplir con su misión, asustar, intimidar o castigar a los niños que se portaron mal, una demoníaca criatura. Él vaga por las calles en búsqueda de niños que fueron malos durante todo el año. En su caminar, suenan pesadas cadenas oxidadas y campanas alertan su presencia provocando, que aquellas las familias que las escuchen, se encierren en sus casas.
Cuando él está cerca de atrapar a su víctima, ésta tiene poco tiempo para arrepentirse de corazón por todas las maldades que hizo. Si no lo hace, no importa cuánto intente ocultarse, de qué manera o cómo, el monstruo lo encontrará gracias a su peculiar olfato, lo atrapará para ponerlo en la cesta que lleva en la espalda y así, este ser demoníaco atrapará cuantos pueda y luego los llevará a las profundidades del infierno donde serán castigados y atormentados hasta que pidan perdón, aunque de todas formas serán devorados. Si un niño con sinceridad pide perdón, se libra de arder en las brasas del infierno, y los que no, son condenados a sufrir por toda la eternidad. Al llegar Navidad, el desaparece para dar paso al bondadoso San Nicolás quien es el benefactor de los niños que se portan bien.
Los historiadores no están seguros de cuál es el origen exacto de un personaje como el Krampus en el folklore europeo, aunque se cree que al igual que Santa Claus, el Krampus es anterior al cristianismo y tiene su raíz en tradiciones nórdicas y alpinas del paganismo germánico. Como muchos otros personajes de leyenda, como el propio San Nicolás, la imagen del Krampus fue evolucionado con el paso del tiempo y de forma diferente en las diversas regiones, aunque, en cualquier caso, Krampus representaba un equilibrio entre luz y oscuridad, facilitando la armonía entre el bien y el mal.
El Krampus se remonta en las antiguas celebraciones paganas en territorios de Hungría y Austria, antes del nacimiento de Jesucristo. Dichas festividades de fin de año rendían tributo a los demonios, dejando comida y bebida en las calles, disfrazándose con máscaras y cuernos para salir a bailar a las afueras, esperando que las cosechas del año siguiente fueran abundantes. Era un acontecimiento muy similar a los ritos que originaron Halloween. Con el pasar de los tiempos, la Iglesia lo adaptó para transformarlo en la Navidad actual.
Hay una leyenda que cuenta que los niños que se portan mal recibían de regalo de navidad un trozo de carbón, pero en algunos países de Europa, a los niños malos se los lleva en un saco un demonio muy malo llamado Krampus, quien es el espíritu de la Navidad o el espíritu de la naturaleza invernal. Según National Geographic, se creía antiguamente que el Krampus era hijo de Hel en la mitología nórdica (Hel, hija de Loki que rige la tierra de los muertos). La palabra Krampus proviene del antiguo alemán “krampen”, que significa garra. Según la leyenda Santa Claus no viajaba solo, su acompañante era Krampus, un diabólico personaje cubierto de pelo, con una larga lengua roja, largos cuernos y algunas veces llevando una escobilla de abedul o un tridente, resultaba tan peligroso que San Nicolás lo controlaba con fuertes cadenas. Mientras San Nicolás recompensaba con regalos y dulces a los niños buenos, Krampus por el contrario se encargaba de los desobedientes a quienes llenaba sus zapatos con carbón o papas podridas. Dependiendo de sus faltas Krampus podría además castigarlos con su escobilla de abedul, o lo peor a los muy traviesos los secuestraría cargándolos dentro de su costal para devorarlos en el Infierno. En realidad, la iconografía del Krampus, difundida a través de tarjetas de navidad, postales y en libros infantiles, era lo suficientemente terrorífica para mantener la disciplina de los niños, allí se mostraba a Krampus golpeando, torturando e incluso cocinando las criaturas en aceite. Otra parte de la leyenda dice que este demonio que vive bajo tierra, aparece en las noches de diciembre, merodeando las calles durante dos semanas, haciendo sonar campanas y cadenas oxidadas para asustar a los niños pequeños. Su imagen presenta un rostro diabólico está acompañado de una larga lengua roja, con cuernos en la frente y mirada enfermiza. Tiene el cuerpo cubierto por un oscuro y tupido pelaje, y sus patas son similares a las de un fauno. En muchas imágenes es ilustrado con una canasta en su espalda, en donde coloca a los niños malos para llevarlos al infierno, este demonio es conocido por repartir dolor y miedo, porque el castigo al mal comportamiento nunca fue la ausencia de regalos sino el dolor, la desesperación y la súplica. Krampus fue aislado y condenado por la iglesia católica, por ser un demonio pagano, pero no se logró erradicar una tradición tan arraigada. A finales del siglo XX las fiestas de disfraces y reuniones sociales recuperaron la figura del Krampus. Ahora los jóvenes de muchas zonas de Europa como Austria y Hungría se disfrazan de Krampus mientras se divierten y asustan a los niños en divertidas cabalgatas. En Austria, durante el día de San Nicolás, llamado también la noche de Krampus “Krampusnacht”, muchos adultos disfrazados de esta criatura con trajes que pueden superar los 40kg de peso, comienzan un antiguo ritual conocido hasta el presente como la “Carrera del Krampus”, en el que los disfrazados portan antorchas y se abren paso por las calles asustando y fustigando con ramas secas a mayores y niños. Esas noches de terror y mascarada se volvieron tan populares que eventualmente el 5 de diciembre se declaró oficialmente la Noche de Krampus. La adoración de Krampus fue tan común que resultaba normal recibir
tarjetas de navidad con el mensaje “Saludos de Krampus.” Pero la iglesia
prohibió la noche de krampus por considerarla una fiesta de celebración del
demonio. No todas las manifestaciones culturales y religiosas lograron
sobrevivir intactas el traspaso a la cultura anglosajona. Por ejemplo, muy
pocas familias mantuvieron la celebración de San Nicolás el 5 de diciembre, San Nicolás se convirtió en Santa Claus y se modificó la fecha de entrega de los regalos, del 5 de diciembre a la víspera de la navidad. Probablemente a los ejecutivos de Coca Cola, a quienes se les atribuye la invención de la moderna imagen de Santa Claus, no consideraron políticamente correcto mantener a Krampus, un diablo cornudo y violento como compañero de Santa Claus y fue suprimido.
A pesar que la pagana celebración de navidad hoy en día fue completamente endulzada y comercializada, muchos de los antecedentes de la navidad pueden ser identificados en los oscuros orígenes de la leyenda del Krampus. Si se mira la paralela dualidad que existía entre el generoso Santa Claus y el diabólico Krampus, se podría lanzar la hipótesis que Santa Claus y Krampus no pasaron a ser separadas entidades, sino que se fundieron en uno solo. Por ejemplo, así se podría justificar porque Santa heredo un atuendo de color rojo que inicialmente fue característico de Krampus. Los Krampus de hoy día recorren las calles en la noche tocando campanas, gritando, danzando festivamente al son de música techno y todavía cumplen su misión de asustar tanto a niños como adultos.