Durante el siglo XIX, Mary Shelley comenzó a ser vista
como autora de una única novela, Frankenstein, incluso se llegó a poner en
duda su autoría, intentado adjudicarlo a su esposo Percy, en realidad era una
escritora profesional, la mayor parte de sus obras permanecieron sin ser
publicadas durante mucho tiempo, esto impidió tener un conocimiento de sus
logros. Sus hábitos de lectura y estudios intensivos, revelados en sus diarios
y cartas y reflejados en sus trabajos, son actualmente mejor apreciados. Hoy
vamos hablar de sus maravillosos cuentos gótico,
en los que se aprecian las pasiones profundas y también un sentido oscuro de la
existencia.
Mary Godwin,
más conocida como Mary Shelley, llevó una vida muy liberal y contraria a la
estricta moral de su época.
Con 17 año Mary
quedó embarazada de Percy Bysshe Shelley, un hombre casado. Ambos se fugaron
junto con Claire Clairmont, la hermanastra adolescente de Mary, sufre la perdida no solo de su
madre quien al traerla al mundo muere, sino de sus dos hijos y luego de su
marido, la muerte al parecer la seguía de cerca. Mary era menuda y, frágil,
tenía una palidez que muchos la adjudicaban de poco saludable.
Su mirada revelaba inteligencia y era
muy penetrante tanto que según cuentan atemorizó a Washington Irving, autor de la leyenda del jinete sin cabeza y
a muchos otros que intentaron acercársele. No era una viuda como correspondía a
su época, Mary tenía varios romances,
había mantenido una cálida relación con el escritor francés Prosper Mérimée,
quien la cuidó de una forma galante y cortés mientras sufrió de una peste en
París. Durante su vida, Mary Shelley fue tomada en serio como escritora, pese a
que los críticos habitualmente no apreciaban los rasgos políticos presentes en
sus obras. A su muerte, sin embargo, fue principalmente recordada como la
esposa de Percy Bysshe Shelley y la autora de Frankenstein Se la despreciaba, se la culpa de la muerte de su
marido, y por último se la esquivaba miserablemente. Su carrera literaria la
transformó en una figura sombría, algo que desgraciadamente le servía para
vender sus escritos. Toda su producción literaria posterior se ensombrece por
una sola creación, pero todas formas orgullosas, firma sus libros como “Del
mismo autor de Frankenstein”. Sin lugar a dudas Mary era una adelantada para su
época.
Era Hija de William Godwin, autor de Las cosas como son,
novela gótica oscura y con elementos anarquistas, y de Mary Wollstonecraft,
feminista autora de la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) la más ardiente defensa de la educación de las facultades femeninas en
aquella época, Mary se vio desde pequeña estimulada de forma intelectual por su padre, se
refugiaba en la biblioteca de su padre y leía compulsivamente. Su soledad logró
una sensibilidad increíble que envolvería toda su vida. Siendo una niña se
evadía en el cementerio de Saint Pancras, donde fue enterrada su progenitora.
Sobre su tumba aprendió a leer. Su padre solía acompañarla junto a su
hermanastra Fanny y practicaban lectura sobre las lápidas. Todo esto contribuyó a estimular su imaginación y a
reforzar su inclinación por la ensoñación: mis sueños me pertenecían por
completo; eran mi refugio cuando estaba aburrida, mi mayor placer cuando me
encontraba bien», escribió en su introducción a la edición de 1831 de Frankenstein
Durante los años que vivió en Inglaterra, Mary Shelley había escrito todo tipo de obras: novela histórica, diarios de viaje, bibliografías, historias cortas de géneros variados y ensayos. Al mismo tiempo se dedicó a traducir y editar obras de otros autores como Lord Byron y a promocionar las que había escrito su marido, con más éxito del que él mismo había tenido en vida, irónicamente, disminuyendo el suyo propio como resultado. Aunque en vida fue una escritora conocida, tras su muerte solo uno de sus libros permanecería en la memoria colectiva: Frankenstein, la historia en la que había volcado sus propios monstruos en ese verano lluvioso de 1816. Mary Shelley, además de la escritora que creó al monstruo y al doctor, también fue quien estuvo en el centro mismo del gótico. Su figura, su genio y su legado no deben ser olvidados, y mucho menos opacados por la novela que inmortalizó su nombre y lo llevó a lo más alto. Mary Shelley murió, a la edad de 53 años, en 1851, y enterrada en el cementerio de san Pedro, en Bournemouth.
Hablemos de los cuentos góticos de
Mary Shelley que no apuntaban a presencias espirituales u horrores
provenientes del Más Allá, sino más bien, misteriosos temores de nuestra propia
naturaleza que destruyen los límites del mismo intelecto, asomándonos a mundos
apenas imaginados. Todos los protagonistas de estos cuentos son nobles de linaje
italiana y napolitana dominados por las más intensas pasiones y que provocan
situaciones oscuras y en algún caso sobrenaturales.
En sus narraciones abundan los ambientes ruinosos y los personajes dominados por las más violentas pasiones, deja en claro, la herencia cultural de su tiempo. Los Cuentos góticos de Shelley, se dividen en dos grupos, por un lado, están los cuentos sobre resurrecciones y su relación con el tiempo, tales como “Roger Dodsworth (el inglés reanimado)”, “Valerio (el romano reanimado)” y en menor medida “El mortal inmortal”. El “primer grupo”, como bien se puede intuir, tiene que ver con la obsesión de la autora con respecto a la prolongación de la vida y los riesgos que conlleva.En el otro grupo, están los cuentos puramente románticos y góticos: “Ferdinando Eboli”, “Historia de Pasiones”, “La transformación”, “El sueño” y “El heredero de Mondolfo”. “El mortal inmortal”, obra con la cual comienza el volumen, es quizás uno de sus cuentos más conocidos.En El mortal inmortal, 1833), un elixir de la inmortalidad es lo que llevará al protagonista de la historia a presenciar cómo su amada envejece junto a él consumida por los celos: él siempre joven, ella sufriendo el paso de los años. El amor se corrompe con el tiempo y la muerte se convierte en el mayor de los anhelos, en la única manera de escapar de un destino infausto.
El mortal inmortal (The
Mortal Immortal) publicado originalmente en la edición de diciembre de 1833 de
la revista literaria The Keepsake, y luego reeditado en la antología de 1891:
Cuentos e historias (Tales and Stories).
El mortal inmortal, es uno de los mejores relatos de Mary Shelley.
regresa sobre uno de los temas esenciales en su obra: la
inmortalidad, y en especial el dilema ético y moral que supone prolongar la
vida humana por fuera de los límites naturales; algo que sostiene el argumento
de Frankenstein.
El argumento de El mortal inmortal relata la historia de un hombre llamado
Winzy, quien bebe un misterioso brebaje preparado por su mentor, Cornelio
Agrippa. Se trata de un elixir de la inmortalidad, la fuente de la vida eterna,
fabricada a partir de la alquimia. El mortal inmortal está narrado por el
propio Winzy, casi trescientos veintitrés años desde que bebió aquel elixir de
la vida eterna.
Hay una gran cantidad de emociones en muy pocas páginas. un relato corto de Mary Shelley que me gustó mucho ya que tiene el mismo estilo que «Frankenstein» (uno de mis libros favoritos). Una vez más, la escritora hace una crítica a la ciencia, al hombre que se cree dios y que quiere desafiar las leyes de la naturaleza. Me sorprendió gratamente que Cornelius Agrippa, un nombre que ya había leído en Frankenstein, como uno de los científicos que Victor Frankenstein admiraba, haya aparecido en este cuento, ya que me hizo sentir que ambas historias tenían una conexión.
En Mary Shelley comprobamos cómo este romanticismo naciente está teñido de un gótico macabro. Aunque la historia de amor puede pecar en algún momento de sentimental en exceso, conviene no olvidar que las últimas páginas del relato están dedicadas a presentar el suicidio como una solución al dolor que provoca la misma existencia, una vida sin sentido por carecer de final. La pócima de la inmortalidad es fruto de la ciencia, pese a que el alquimista que la crea es para todos poco menos que un brujo aliado con el demonio. Pero Mary Shelley se ríe de esto e incide en cómo el milagro es siempre hijo del hombre. Tal que en Frankenstein.
Roger Dodsworth (el inglés reanimado) (Roger Dodsworth: The Reanimated Englishman, 1826), más que un relato en sí se trata más bien de una diatriba ensayística a costa del descubrimiento de un hombre enterrado vivo en los hielos que retorna a la vida doscientos años después. ¿Qué recuerdos y vivencias nos traerá del pasado? ¿Cómo enfrentará su nueva existencia ante cosas para nosotros normales, pero para él sorprendentes, casi mágicas? ¿Qué pensará de la Inglaterra actual? Mary Shelley va más lejos llegando incluso a divagar sobre la reencarnación. el conjunto resulta de muy corto alcance filosófico, simpático pero tal vez algo intrascendente. Eso sí, Mary se permite una inteligente broma final que algunos autores de ciencia ficción, siglo y medio después, retomarían para sí. Muy semejante en planteamiento, pero de un tono más melancólico, es Valerio (el romano reanimado) (Valerius: The Reanimated Roman, 1976). Bajo la excusa de la vuelta a la vida de un romano en la época actual (como en el caso anterior, sobra decir que esta época es la de la autora), Mary Shelley no hace sino escribir una carta de amor a la belleza que aún persiste en la inmortal Roma. Ferdinando Eboli (Ferdinando Eboli: A Tale, 1828), un relato de ambientación italiana como casi todos los de esta antología (Mary pasó muchos años de su vida en este fascinante país), tiene claras rémoras góticas en la figura de una joven acosada sin piedad por el malvado rufián de turno. Es una lástima que la idea del doble maléfico que preside la historia no tenga un origen sobrenatural porque esto le hubiera dado un empaque prodigioso muy de agradecer. Escrito como si de una narración oral se tratase, queda en eso: más un relato melodramático típico que esa historia fantástica y extraña que en algunos momentos parece ser.
Historia de pasiones (A Tale of Passions, or, the Death of Despina, 1822) es un ejemplo claro de narración histórica medieval de marcado carácter gótico, pero las pasiones exacerbadas que muestran sus protagonistas ya lo acercan al romanticismo que estaba por llegar. Quizá el problema aquí sea que la misma realidad histórica constriñe en demasía la imaginación de la autora. El sueño (The Dream, A Tale, 1832) tampoco es un relato brillante, siendo aquí el freno una leyenda ancestral repleta de imágenes devotas y sacrificios sin fin. Su entramado es gótico desatado, así como en el relato El heredero de Mondolfo (The Heir of Mondolfo, 1877), que es el que más muestra su condición de gótico en su estado más puro: ambientación medieval, noble malvadísimo que persigue y acosa a inocentes enamorados, amores puros y virginales, pasiones llevadas al extremo, ruinas, mazmorras, escapadas y persecuciones, tradiciones familiares que pesan cual lápidas, hijos repudiados… En fin, todo un festival del género que puede considerarse modélico en su representación del gótico en la vertiente no fantástica ni espectral. Lo más destacable en él es la fuerza descriptiva de la naturaleza, de los campos y montañas italianos, como marco que refleja siempre el estado emocional de los protagonistas. Pero en conjunto es demasiado convencional.
La
transformación (Transformation,
1830), un excelente relato sobre pactos diabólicos. La gran carga moral de la
historia da peso a los errores del protagonista, no supone una rémora, sino que
ayuda a dar profundidad a los pensamientos de ese joven al cual el orgullo y
los vicios han alejado de la senda del bien. Los arrebatos amorosos son los
propios ya del romanticismo: exacerbación absoluta de las pasiones y la visión
de la enamorada como un ángel de pureza y bondad. Mary Shelley muestra su
genialidad en especial en el momento en el que Guido, nuestro torturado
protagonista, se enfrenta a su “demonio”: la naturaleza se transforma en un
paisaje irreal, una visión infernal y delirante. La visita a los infiernos ya
no es solo mental: se traslada y contamina el mundo real. Y es en estas páginas
donde reencontramos a esa escritora sublime, genial y fantástica
"No deseo que las mujeres
tengan más poder que los hombres, sino que tengan más poder sobre sí
mismas"
Mary Shelley
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