El olor que provenía de aquella hermosa casa victoriana
era insoportable. Los vecinos llevaban tiempo quejándose del olor a podredumbre
que emanaba de la propiedad de esta abuela de apariencia amable.
“Problemas del alcantarillado”, se justificaba ella. Pero ni el cloro ni la cal
que esparció la anciana pudieron contenerlo. Dorothea tenía un pequeño y
hermoso bien cuidado jardín trasero, en el jardín delantero era aún más lindo,
estaba custodiado por una estatua religiosa, su acogedora casa servía como pensión para
enfermos y ancianos, Dorothea según se decía era buena y dulce con ellos, pero
esta morada escondía un tétrico secreto: el asesinato de sus huéspedes.
La sospecha de una trabajadora social ante la extraña
desaparición de uno de sus protegidos llevó a la Policía a registrar el
inmueble y a descubrir varios cadáveres enterrados en su jardín trasero.
Acababan de atrapar a una asesina en serie que estafaba a
sus víctimas antes de matarlas.
Pasaron 33 años de que este caso saliera a la luz en los medios, pero
esta señora hacía mucho tiempo que venía asesinando. Dorothea Puente tenía el
aspecto de una dulce y amable abuelita con la misión de dirigir una pensión.
Pero, las primeras impresiones pueden ser engañosas y nunca se sabe lo que
acecha detrás de las puertas cerradas.
La
historia de Dorothea
Puente es una de las más escabrosas que podemos encontrar
de entre todos los asesinos en serie en Estados Unidos. Y no solo por el hecho
de que no
haya muchas mujeres que hayan cometido este tipo de atrocidades,
sino por la manera en la que Dorothea lo hizo, ya a una avanzada edad, y
tratando de aparentar ser una ancianita adorable de la que todo el mundo se
fiaría. la
mujer guardaba un oscuro secreto, una serie de crímenes que la llevaron a ser
condenada a cadena perpetua, por numerosos asesinatos. Esta
asesina serial tiene 9 asesinatos confirmados y sin lugar a dudas según la investigación policial,
al menos otros seis en su haber que jamás le pudieron probar.
sus víctimas fueron, en su mayoría, adultos mayores y personas con enfermedades mentales, o con problemas con la Justicia, a quienes les alquilaba habitaciones (a veces compartidas) y administraba sus cheques de seguridad social, dado que eran desempleados o jubilados. La vida de Dorothea Puente, turbulenta y peligrosa, siempre al otro lado de la ley y buscando la forma perfecta de ganar dinero aprovechándose de los demás. como la mayoría de los asesinos en serie: tuvo una infancia traumática y plagada de conflictos.
Dorothea Helen Gray, más
conocida como Dorothea Puente, nació el 9 de enero de 1929 en Redlands
(California, Estados Unidos), en el seno de una familia trabajadora. Sus
padres, Trudy Mae Yates y Jesse James Gray, eran recolectores de algodón, pero murieron cuando ella
era tan solo una niña. El padre de tuberculosis en 1937 y su madre en un
accidente de moto en 1938.
Con nueve años, Dorothea
fue enviada a un orfanato donde sufrió toda clase de abusos sexuales, después la
fueron a buscar unos familiares en Fresno. Su infancia estuvo
marcada por la tragedia y también por la mentira. De hecho, con los años se
convirtió en una mentirosa empedernida que utilizaba sus
invenciones para conseguir sus propósitos, especialmente los económicos.
Dorothea se casó cuatro veces. La primera a los dieciséis años con
el soldado Fred McFaul, a quien contó numerosas mentiras sobre
su pasado, por ejemplo, que era hermana del embajador de Suecia. El matrimonio tuvo dos hijas, pero
Dorothea jamás quiso hacerse cargo de ellas. A una la
entregó en adopción y, a la otra, la envió con unos parientes a Sacramento. A
finales de 1948, sufrió un aborto espontáneo, y su esposo la abandonó y, ante tal humillación, la
mujer hizo creer a sus allegados que el hombre había muerto de un paro
cardíaco.
Dorothea comenzó a involucrarse en actividades criminales. En la década de
1950, fue condenada a un año de cárcel por adulterar cheques, pero fue puesta
en libertad condicional después de seis meses.
En 1960 Dorothea, la arrestaron por dirigir un
prostíbulo. Pasó noventa días en la cárcel del condado de
Sacramento. Una vez puesta en libertad volvió a prisión noventa días más por
vagabundear. A su salida, comenzó a trabajar como auxiliar de enfermería y
cuidadora de personas discapacitadas y ancianos. Fue aquí cuando inició su
etapa criminal administrando de forma fraudulenta las pensiones de sus víctimas.
En este tiempo, contrajo segundas nupcias con el sueco
Axel Johansen del que se divorció por malos tratos en 1966. Poco después, se
casó con Roberto Puente, diecinueve años más joven que ella, y del que tomó su
apellido en Ciudad de México. Tras dos años desposados, Dorothea se separó
y puso
en marcha la denominada ‘casa de la muerte’, una especie de
pensión de tres plantas y dieciséis habitaciones ubicada en el 2100 F Street de
Sacramento.
En 1968, Dorothea Puente se había divorciado de su cuarto
y último marido y se había hecho cargo de una pensión victoriana de dos pisos y
16 dormitorios en California, a solo cuatro cuadras del Capitolio estatal.
Puente era popular entre los trabajadores sociales
locales porque acogía a personas que eran consideradas “casos difíciles”.
Muchos estaban recuperando alcohólicos o drogadictos o enfermos mentales. La
mayoría, con edades de 52 a 80 años, por lo que Puente estaba a cargo de cobrar
sus cheques de seguridad social.
En realidad, Puente estaba haciendo que su psicoterapeuta
le recetara tranquilizantes para que pudiera “dejarlos morir” antes de cobrar
sus cheques. Mientras estaba a cargo de la pensión, Puente recogió al menos 60
cheques de seguridad social de al menos una docena de fallecidos.
En la época que estuvo soltera y hasta su última boda con
Pedro Montalvo en 1976, Dorothea se pasó los días regentando distintos bares
en busca de hombres mayores a los que estafar. Primero los
conquistaba para, posteriormente, falsificar sus firmas y robarles la mayor
cantidad de dinero posible. Después de varias denuncias, Dorothea fue acusada
de 34 delitos de fraude y puesta en libertad condicional
tras dos años y medio de condena.
En su vuelta a la pensión, la mujer comenzó a recibir a
huéspedes de edad avanzada o con problemas psicológicos. Se mostraba amable y generosa, pero,
a veces, sacaba su lado más tacaño y posesivo. Quienes osaban enfrentarse a
Dorothea por su artimañas financieras terminaban enterrados en el jardín.
De hecho, los vecinos recordaban cómo Puente era de lo más
“protectora con su césped” hasta el punto de que si
alguien se atrevía a caminar sobre él acababa maldiciéndolo con un “lenguaje
que haría sonrojar hasta a un marinero”. Había un buen motivo: bajo la tierra
ocultaba los cuerpos de sus inquilinos.
Una de las primeras víctimas fue Ruth Monroe, amiga de
Dorothea, que en abril de 1982 falleció por sobredosis de codeína y
paracetamol. La Policía creyó a Puente cuando alegó que la mujer padecía de
depresión por la enfermedad terminal de su marido. Nadie puso en duda su
versión y lo trataron como un suicidio.
Un pensionista, Malcolm McKenzie, a quien Dorothea
conquistó en una de sus salidas, la acusó de drogarlo y robarlo y fue
sentenciada a cinco años de prisión. Pero ni la cárcel
impidió que la criminal parase de delinquir. Durante su encierro, hizo amistad
con un septuagenario, Everson Gillmouth, con quien emprendió una relación
sentimental que continuó una vez que ella fue libre.
Entretanto, los huéspedes se iban registrando en la
pensión y algunos de ellos desapareciendo misteriosamente. Dorothy Miller, de
64 años, tenía problemas con el alcohol y fue encontrada
con los brazos pegados al pecho con cinta adhesiva. Benjamin Fink, un
alcohólico de 55 años, tan solo portaba un calzoncillo a rayas. Betty Palmer,
de 78 años, fue enterrada en camisón, sin cabeza ni manos. Leona Carpenter,
también de 78, fue vista por última vez agonizando en el sofá del inmueble
y la
Policía encontró el hueso de su pierna sepultado en el jardín. La
denominada ‘abuela asesina’ también mató a James Gallop, de 62 años, y a Vera
Faye Martin, de 64 años. El reloj de esta última seguía funcionando tras
exhumarla.
No fueron las únicas víctimas de las que se deshizo
Dorothea Puente. Gracias a Ismael Florez, al que contrató como personal de mantenimiento,
pudo librarse de Everson Gillmouth en noviembre de 1985. Le mandó construir una
caja de madera de 1.80x90x60cm con la excusa de guardar “libros y otros
artículos”. Después, le pidió que la acompañase hasta un almacén para
depositarla pero, durante el camino, le ordenó que tirase el arcón en el río,
al lado de un vertedero. Florez obedeció sin rechistar.
El 1 de enero de 1986, un pescador encontró la
caja con un cadáver dentro. Era la última pareja sentimental de
Dorothea Puente, pero, debido al estado de descomposición, los forenses no lograron
identificarlo hasta pasados tres años, tiempo que la mujer
aprovechó para hacer creer a la familia de Gillmouth que seguía vivo, aunque
enfermo.
Hasta 1988, los servicios sociales de Sacramento confiaron
absolutamente en la labor desempeñada por Dorothea Puente
con algunos de los casos más difíciles. La asistente social Peggy Nickerson fue
una de las que más huéspedes le proporcionó en estos años. Un total de 19
personas pasaron por la pensión del horror sin conocer las verdaderas
intenciones de su dueña: apropiarse de sus pensiones.
En cuanto llegaba el correo, Dorothea lo incautaba
evitando que sus receptores dispusieran de dicha documentación. A partir de
ahí, falsificaba
sus firmas, sacaba dinero de los bancos, cobraba cheques y,
si alguien la descubría y osaba enfrentarse, lo asesinaba. Siempre utilizaba el
mismo modus operandi: un buen cóctel de drogas antes de asfixiarlos.
Una vez muertos, los enterraba en la parte trasera del inmueble.
Fue en mayo de 1988 cuando los vecinos comenzaron a
quejarse más insistentemente del olor que emanaba de la pensión de Puente. “No
podíamos soportarlo”, recordó uno de los residentes. “Había un olor
desagradable en el aire y muchas moscas por la zona”,
aseguraba. La anciana siempre justificaba el hedor atribuyéndolo a “restos de
pescado” o a un problema con las cañerías.
A esto se sumó que Álvaro, al que todos conocían como ‘Jefe’,
desapareció de un día para otro. Puente explicó que decidió
regresar a México. Pero nada más lejos de la realidad. En cuanto el hombre hizo
arreglos en el jardín cubriéndolo con una losa de cemento, nadie lo volvió a
ver. Era el mes de agosto.
El 7 de noviembre, después de la denuncia de la asistente
social de Álvaro, la Policía se personó en la casa de huéspedes de Puente para
hablar con Montoya. Tras las elocuentes explicaciones de la dueña sobre su
paradero, los agentes se marcharon. Pero cinco días después, regresaron para registrar
la casa. Un residente confesó haber mentido por orden de
Dorothea. Estaba ocultando algo.
La mañana del 11 de noviembre, el detective John Cabrera
junto con varios policías inspeccionaron la pensión. Mientras que en el
interior no encontraron nada, en el exterior se percataron de que la tierra
estaba removida. Cabrera cavó el terreno, tiró de algo que creyó una raíz de árbol,
pero se trataba de un hueso humano. Era la pierna de Leona
Carpenter. Durante las siguientes horas, hallaron carne seca, pedazos de tela y
un total de siete cadáveres.
Puente dijo a los investigadores que
el inquilino desaparecido estaba de vacaciones, pero las autoridades notaron
tierra removida en la propiedad y recibieron permiso para cavar. Sin embargo,
Puente aún no era considerada sospechosa y cuando pidió ir a comprar una taza
de café, le permitieron hacerlo.
Esta estrategia le permitió huir inmediatamente a Los
Angeles. Mientras tanto, al mismo tiempo que escapaba, los investigadores
cavaron todo el patio
Tanto es así que
con la excusa de salir a comprar café, Dorothea emprendió una rápida huida. Lo
hizo a Los Ángeles donde trató de captar a una nueva víctima, Charles Willgues.
El hombre, un jubilado al que conoció en un bar, entabló conversación con una tal Donna Johanson.
Dorothea Puente cambió su identidad para pasar
desapercibida.
Después de dos horas de charla, la pareja quedó en verse
al día siguiente. Pero cuando Willgues regresó a casa y puso la televisión, se
dio de bruces con la cara de la supuesta Donna. La mujer era una peligrosa
asesina en serie en busca y captura.
Una vez detenida y de regreso a
Sacramento, Dorothea hizo sus primeras declaraciones negando su participación
en los crímenes. “Cobré cheques,
sí, pero nunca maté a nadie. Solía ser una buena persona”, espetó a un
periodista que hacía guardia en la calle. Sin embargo, las pruebas indicaban lo
contrario. El examen postmortem a los cadáveres reveló que las víctimas tenían gran concentración de flurazepam
en sangre, además de las huellas de la asesina.
Por no mencionar el cobro de más de
sesenta cheques pertenecientes a los huéspedes una vez fallecidos. Puente tenía un claro móvil económico para
perpetrar estos asesinatos seriales.
El 25 de abril de 1990 se inició la
instrucción del caso. Con las pruebas sobre la mesa y después de tener en
cuenta tanto los argumentos de Fiscalía como de la defensa, el juez Gail H.
Ohanesian acusó formalmente a
Dorothea Puente de nueva cargos de asesinato. Durante esta vista
preliminar, el fiscal retrató a la acusada como una asesina codiciosa,
manipuladora y fría como para acabar con la vida de sus clientes con tal de
hacerse con sus ingresos.
El juicio comenzó en octubre de 1992
con más de 150 testigos y 3.500 páginas repletas de evidencias y pruebas. El
fiscal John O’Mara pidió a los miembros del jurado que no se dejasen engañar
por las apariencias porque, en ocasiones, “las cosas no siempre son lo que parecen”. Detrás de
aquel aspecto de anciana bondadosa se escondía una mujer que drogó, asfixió y
enterró en su jardín a unas víctimas a las que previamente estafó. Inclusive,
engañó al personal que tenía contratado para que cavasen zanjas y hoyos con
cualquier excusa. Por todo ello, O’Mara
pidió la pena de muerte.
En cuanto a la defensa de la procesada llamó a declarar
a sendos
testigos que hablaron del lado generoso y cariñoso de Dorothea,
personas a las que ayudó y guió años atrás y, que sin ella, no estarían ahí.
Además, algunos expertos confirmaron que la intención de Puente fue siempre la
de amparar a los más desafortunados dadas sus circunstancias personales en la
infancia.
Con toda esta información, el 15 de julio de 1993 los
miembros del jurado se retiraron a deliberar. La presión de la Fiscalía que
buscaba la pena capital pudo con ellos. Tan solo pudieron redactar un veredicto de
culpabilidad para tres de los crímenes. Para los otros
seis cargos, se declaró el juicio nulo. Un
jurado llegó a decir que ejecutar a Puente sería como estar ejecutando "a
tu abuelita".
El 11 de
diciembre, el magistrado Virga dictó sentencia y condenó a Dorothea Puente a cadena perpetua sin
posibilidad de libertad condicional. Cuando la acusada
escuchó el fallo, dijo sonriendo a sus abogados: “No maté a nadie”.
En 1993, después de varios días de
deliberaciones, Dorothea Puente fue finalmente condenada por tres asesinatos y
recibió cadena perpetua.
Si bien surgieron preguntas sobre las regulaciones sobre
cómo se cuidaba a los ancianos en casas particulares (durante y después del
juicio de Puente), no se hicieron muchas reformas legales en ese momento.
Recluida en la Penitenciaría Central de Mujeres de
California en Chowchilla, la ‘anciana asesina’ mantuvo su inocencia hasta el
fin de sus días. Murió el 27 de marzo de 2011 a los 82 años y por causas
naturales. Durante esos casi veinte años de reclusión, Puente hizo un libro de recetas
titulado ‘Cooking with a Serial Killer’ y apareció en
documentales sobre crímenes para cadenas de televisión como Discovery Channel,
Biography Channel y History Television.
Su caso es uno de los más famosos de los últimos años,
por todas las curiosidades que lo han envuelto y por las pocas sospechas que la
mujer levantó al principio, lo que le permitió seguir cometiendo esos asesinatos de
forma impune.
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